Vivimos en un pueblo con pasado y memoria, pues fue en 1297 cuando la ciudad de Segovia otorgó beneficios a los primeros colonos que llegaran a este valle este valle de la sierra con objeto de que formaran una puebla, se administraran políticamente y pacificaran lo que antes era territorio inseguro.
Desde entonces, sucesivas generaciones han formado un municipio que es la primera puerta abierta a la Castilla llana para los que salen de la capital del Estado. Con el paso del tiempo, este pueblo pasó a acoger el flujo económico y las influencias de miles de urbanitas madrileños, sin perder nuestras raíces segovianas.
No resulta difícil imaginar las navidades de aquellos colonos, con la impronta de una devoción mariana, pues ya eran tres las ermitas existentes a finales del siglo XIII en el valle: Nuestra Señora de Prados, Santa María del Caloco y Nuestra Señora de La Losa.
En los humildes hogares no faltaría el calor de la leña de roble y de pino cortada en el monte, ni la luz de las teas de los tocones enterrados. “Que los montes y otros heredamientos sean comunales, pora ellos y pora nos, pora pacer y pora podar. Ellos son los vecinos de El Espinar y nos, el Concejo de la Ciudad de Segovia, otorgante de esta Carta Puebla”. (1)
Sobre la austera mesa habría un buen guiso con carne de cordero trashumante, queso de oveja, torta de chicharrones y vino de la tierra. Lo primero que hicieron aquellos serranos fue plantar vides para luego poder alegrar su difícil existencia. “¡Vino!, santa divisa, puesto que el cura lo bebe en misa, bueno es que el pueblo lo beba en mesa”. (2)
Es posible que mis costumbres navideñas tengan algo que ver con las de hace siete siglos, aunque mi memoria personal solo me lleva hasta los años cincuenta del siglo XX y me trae el olor al musgo del Nacimiento y a la emoción que suponía desenvolver y colocar en el Belén aquellas figuritas de barro, que mi tía Piedad había guardado con celo el año anterior.
Personalmente, interpreto estas fechas como un alto en el camino para hacer balance del trabajo realizado a lo largo del año y luego asomarme un poco al que viene; también, si ahondo en la memoria, aparecen muchas caricias: la carta a los Reyes Magos, la cabalgata, los nervios por dormir muy deprisa esa noche mágica, para ver por la mañana los juguetes y, en especial, el que me pudiera tocar en el Ayuntamiento; tampoco he olvidado las esperadas y copiosas cenas de las fechas señaladas, coincidiendo muchas veces con la matanza: “Tres fechas hay en el año, que te llenan bien la panza: Nochebuena, Nochevieja y el día de la matanza”. (3)
Por fortuna, ya no existe aquella “gazuza” tan generalizada. Ahora, en muchas casas (en otras no), sobran demasiadas cosas materiales, pues muchos niños escriben su carta de reyes a un tal Papá Noel en demanda del último modelo de teléfono móvil, la última consola de videojuegos y otras pantallas digitales.
Los tiempos han cambiado vertiginosamente al pueblo y a sus vecinos en estos últimos sesenta años, acaso tanto o más que en los siete siglos anteriores; sin embargo, en la actualidad, para mí esas pequeñas tradiciones de mi infancia siguen vivas, muy especialmente las que conservan el calor familiar, así como la llamada de la tierra y de la sangre: la tarde del 24 de diciembre supone cada año la posibilidad de reencontrarnos con muchos familiares, amigos y antiguos vecinos que sólo regresan al pueblo por estas fechas, o el sábado de la bajada del Caloco. Es volver a las raíces para pasar los días y las horas más entrañables del calendario con los familiares que aquí siguen, es regresar a casa y a las calles que guardan los recuerdos imborrables de la niñez.
Esta pandemia tan especialmente canalla nos ha robado muchas cosas, incluso la posibilidad de comer las uvas en la plaza del Ayuntamiento esta vez, a los pocos que mantenemos viva esa tradición. Al sonar las 12 campanadas en el reloj, solemos reflexionar en alto sobre lo rápido que pasa el tiempo y recurrimos a un frase que ya es un clásico: “Parece que fue ayer, y en un suspiro se ha pasado todo el año”. Y ya van siete siglos.
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(1) González Herrero, Manuel. Historia Jurídica y Social de Segovia. Ceyde. 1974.
(2) Sanz, Ignacio. Brindis del vino. Comunidad de La Rioja. 1996.
(3) Los gabarreros de El Espinar. 1996.
