“A todos los niños del mundo, representados en mis trece nietos”.
Otto Gárdener era hijo de los señores Gárdener, Fridz y Patrice.
El señor Gárdener era guardabosque de aquella bonita región montañosa.
Tenía Otto cinco años, era rubio como el oro, y sus ojos azules eran del color del cielo que los reflejaba.
Era ésta una feliz familia que habitaba una casita de calendario, internada en lo más profundo del bosque.
La casita era blanca, muy blanca, acaso porque la mayor parte del año la nieve lamía sus muros. Su tejado, con anchos aleros y humeante chimenea colorada, era acariciado por las ramas de pinos y abetos que se movían mecidos por las brisas o fuertes vientos allí frecuentes. De su puerta salía un tortuoso sendero bordeado de arbustos y flores de variado colorido, que se ramificaba por todo el monte, y llegaba hasta el pueblín enclavado en lo más bajo del valle.
Allí Otto era dichoso jugando con Toby, enorme perro mastín que acompañaba al señor Gárdener en sus frecuentes salidas por el monte. También tenía juguetes: pelotas, una flauta que su padre le había hecho con una caña, un tren que de nuevo andaba sólo, en fin, un pequeño bazar…
De letras no andaba muy fuerte pues la escuela estaba distante y no asistía regularmente, además ya iría cuando fuese mayor…La señora Patrice era su única profesora, pero aun así ya sabía contar hasta doce, conocía algunas letras y sabía poner su nombre, también sabía el Ave María y quién era el Niño Jesús.
El pequeño Otto era travieso, porque rebosaba salud, pero tenía un corazón de oro tan grande como el horizonte que se dominaba desde la “Peña Alta”, lugar favorito de sus diversiones. Sabía donde había nidos, pero no los quitaba porque “lloaba el Nino Quesú”, no tiraba piedras ni pegaba a los animalitos, que jugaban con él, escondiéndose y saltando entre sus pies. Todas las noches rezaba un Ave María a la Virgen, y su madre no recordaba que la hubiese desobedecido una sola vez.
Pero un día…, un día que la familia Gárdener no olvidará, si que desobedeció, pero qué desobediencia, amiguitos: era el veintitrés de diciembre, víspera de la Nochebuena; Patrice Gárdener había bajado al pueblo, de compras, pues tenía que surtirse para los próximos días, y, agarrado de la manita se llevó a Otto; pero éste no quería ir de tienda en tienda, de compra en compra, de visita en visita, él quería ir a la iglesia para ver el nacimiento, quería ver el belén, quería ver “de veda al Nino Quesú”, y…allá se fue.
Había entrado la señora Gárdener en la frutería del “Mercado Antiguo”, donde se encontró con la señora Smith, buena amiga de quien hacía tiempo no tenía noticias, y bla, bla, bla…, que Otto se cansó y decidió hacer realidad el soñado plan, yéndose por su cuenta a la iglesia.
Al principio entró con extremado cuidado y no menos miedo, no quería hacer ruido para que nadie le viera, pero cuando se dio cuenta de que no había nadie, corrió alborozado hacia el fondo donde estaba el nacimiento que tanto le atraía.
¡Oh! ¡Qué maravilla! Cuánto pastor. Cuántos corderitos. El molino, la posada, el río…¡Cómo brillaba el río! Después el palacio de Herodes, el rey malo…
Bueno, pero y “el Nino”, se preguntaba algo defraudado Otto, hasta que al fin…¡Oh!…¿Tenes fío? ¿Con la neve y no tan ponido taje? ¿Ni sapato? ¿E que ere pobe?…Epera…echó un vistazo a su alrededor, anduvo unos pasos en extremado sigilo, retrocedió, y al fin se decidió…Ven, yo te meto en e bosillo y nade te ve; verás como etás calete; te llevo a mi casa y allí jegamo y lego te vene ota ve. Toby no mede, ¿sabe? Y teno ten, y pelota, y uno pito…, y, diciendo esto, lo cogió nerviosamente, a la vez que con indecible ternura, le envolvió en su sucio pañuelo, y lo metió en el bolsillo del abrigo. Luego se volvió, un poco asustado, hacia la puerta; salió, en la calle no había nadie, bueno solo un viejo que, con una gruesa vara en la mano, trataba de llevar una vaca que se le desmandaba. Caían lentos los copos de nieve…
Llegó a la frutería del “Mercado Antiguo” en el preciso momento en que la señora Gárdener, después de pagar la cuenta, alargaba la mano para que se agarrase su retoño, como si la conversación hubiese sido breve, y Otto hubiera aguantado pacientemente, ocasión que éste aprovechó para fingir que así había sido…, ni cuenta se había dado, absorta en su conversación, de que el niño no había estado presente en la “amena” conversación.
La señora Margarette, la frutera, al ver tan colorado a Otto, dijo a su madre que lo abrigase, no cogiese frío, que lo hacía de verdad; ésta así lo hizo, tapándole casi por completo la carita con la gran bufanda que le hizo el anterior invierno, dejándole solo fuera la naricita colorada como un farolillo; salieron, dirigiendo sus resbaladizos pasos hacia la pintoresca casita…
Cuando llegaron, el señor Gárdener se secaba la ropa y se calentaba los pies, fuera de las altas botas, al calor del chisporroteante hogar. ¡Qué día más frío! Se hielan las palabras, como esto siga así, se van a congelar los animales y se terminará la caza; en fin, quítate el abrigo y siéntate a mi lado, que mientras haya leña, ya puede hacer el frío que quiera ¿no te parece?…pero, ¿y Otto? ¿dónde está Otto? ¡Otto!¡Ottoooo! ¡Otto, hijo! Pero ¿dónde diantre se ha metido?…
Otto no oía, estaba en su cuarto, jugando con su amigo “Quesú”; se miraban felices, con ellos jugaba también Toby que daba la bienvenida al nuevo compañero lamiéndole mimosa y pesadamente.
El guarda y su esposa, ya preocupados, entraron en el cuarto donde se hallaba el niño, y…¡Calla! ¿Qué hace tan quieto y qué mira con tanta atención? Ni cuenta se ha dado de que le estamos mirando. Oye ¿es cierto lo que veo? Un Niño Jesús en la cuna.¡Qué monada! Cómo ríe; parece que le caemos bien; qué simpático. ¿Dónde lo compraste, Patrice?
Qué bromista eres, que mal disimulas; hasta te puedo decir dónde lo has comprado; a que ha sido en el bazar “La Gruta”…
Bueno, vale ya, ¿lo has comprado tu, si o no…?
Ah, pero, en serio ¿no has sido tú, Frydz?
No, y ahora mismo lo pongo en claro. ¡Otto! ¿Qué es eso? ¡Quién te lo ha dado? ¿De dónde diantre lo has sacado?…
Por fin, tras un chaparrón de preguntas y reprensiones, Otto se vio precisado a contar, de principio a fin, todo lo ocurrido, pero lo contó de forma tan ingenua, con tanta gracia y ternura, que casi hizo llorar a su padre.
Haciendo esfuerzos para contener la emoción, el señor Gárdener dijo solemnemente:”Me ha caído en gracia el detalle y por ello no te castigo, pero si vuelves a hacerme otra de éstas, te meto en un hospicio. Esta vez lo llevaré yo, pero si lo traes otra vez, aunque te pierdas, o te ataquen los lobos, o te atolles por el bosque, tú solito irás a devolverlo, y, diciendo esto, se ponía la cazadora y se calzaba las altas botas, para salir a buen paso y dejar al Niño en su nacimiento antes de que la gente, al ir a los oficios vespertinos, notase su falta. Iba molesto por el camino que había de recorrer con tal mal tiempo, y un poco pesaroso por la primera desobediencia de Otto, pero a la vez iba emocionado y satisfecho por la escena que acababa de presenciar…
Mientras tanto Otto, el simpático y travieso Otto, lloraba; él que pensaba cantar con su lengua de trapo al “niño de María” en la noche de su nacimiento…
Cuando volvió Fridz, cambiado de ropa, y entrado en calor, abrazó a su mujer, y los dos fueron a consolar a Otto, diciéndole que cuando fuese un poquito mayor le podría ver a Jesús todos los días, pasar largos ratos con él, y muchos días podría traerlo dentro de su corazón, bien calentito…
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Es la Nochebuena, a la luz de las chispas del hogar, en la casita de los guardabosques se prepara la cena, con el alborozo de todos, incluso de Toby que también tiene cena especial, bueno de todos menos de Otto, que piensa en su amiguito Jesús, que pasará mucho frío…Dan las doce en el reloj de pared, antiguo y bello mueble que perteneció a los antepasados de Patrice…, la familia, como es tradicional, se dispone a cantar su villancico, pero no saldrá bien, solo los tres, sin instrumentos, y que Otto no quiere cantar…vamos a ver, dice el padre, sentado en su sillón de preferencia: a la de tres:
Noche de paz.
Noche de Dios.
Los ángeles cantan…
A lo lejos, por todo el bosque, se extiende la voz, multiplicada, acompañada de muchos instrumentos…Ha salido maravilloso…, callan, el cántico se va haciendo cada vez más claro y cercano, llega a parecer que un coro está en la puerta, como si fueran sus propias voces amplificadas, y la música sigue deliciosa, sublime, celestial…
Noche de paz.
Noche de Dios.
Los ángeles cantan…
Otto alborozado ha corrido a abrir la puerta, y…un niño de carita risueña, con los pies desnuditos sobre la nieve, dirige un coro de pequeños angelitos. Vienen a ver a Otto, quieren acompañar a la familia del guardabosques en esta noche tan bella, tan llena de estrellas, en la Nochebuena.
Otto salta de gozo y abraza a su amigo, Toby también le reconoce y salta y ladra alborozado, el matrimonio Gárdener llora de emoción y contento.
Esta vez no tiene que ir nadie a devolverlo, ha venido el Niño solo, porque ahora YA CONOCÍA EL CAMINO.
MANUEL FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ
