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Gabarreros; un recuerdo que se hace presente

por Redacción
13 de marzo de 2011
en Segovia
Varios gabarreros se disponen a cargar de leña una caballería

Varios gabarreros se disponen a cargar de leña una caballería

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De la relación del hombre con la naturaleza nació en la falda segoviana de la Sierra de Guadarrama hace ya muchos siglos el oficio de gabarrero, nombre con el que se denominaba a aquellos que sacaban leña del monte para su posterior venta, en un trabajo “duro, durísimo”, como recordaba ayer uno de sus últimos exponentes, Pablo González, de San Rafael, siempre presto a explicar sus desgraciadas andanzas.

“En verano, íbamos a ‘La Garganta’ achicharrados de calor; en invierno, helados de frío. Para alimentarnos, apenas llevábamos un torrezno y un cacho de pan. Bebíamos el agua de los arroyos. Nuestras caballerías tampoco vivían mejor. Estaban llenas de mataduras (heridas), por las pesadas cargas que soportaban, a veces de más de 300 kilos”.

Su testimonio corrobora el pensamiento del alcalde de El Espinar, David Rubio, defensor de que el de gabarrero fue “un oficio de subsistencia”, al que recurrían los obligados por la necesidad, aquellos que hallaron en la leña del monte el último recurso para ganar algo de dinero.

Desde hace trece años, El Espinar recuerda en el mes de marzo a sus gabarreros. Ayer, un buen número de ellos salió de entre la bruma que escondía el perfil de la Sierra de Guadarrama para hacerse presente en las calles de San Rafael.

Todas las labores que se realizaban en el monte pudieron contemplarse ayer. Un gabarrero se atrevió a subir hasta lo alto de un pino, para cortar su copa. También se pudo ver la tala de un árbol, con tronzador, y el desrame y el descortezado de un pino. Luego, tuvo lugar el ya tradicional desfile, desde el campo de fútbol de San Rafael hasta la Plaza de Castilla, con presencia un buen número de hacheros, acompañados por caballos con leña.

Juan Andrés Saiz Garrido, alma mater de la fiesta de los gabarreros, echaba una mirada atrás para hacer una reflexión, actual, sobre la celebración, declarada de Interés Turístico Regional. “Cada vez se conoce mejor el trabajo de los gabarreros, y ello se debe, entre otros motivos, a esta fiesta”, declaraba. Pero, fiel a su espíritu inquieto, Saiz Garrido rogaba “no acurrucarnos en la nostalgia”, pidiendo que la fiesta “sirva para alumbrar el futuro”. El polifacético espinariego, un convencido de que “el futuro de este pueblo sigue estando en el monte”, insistía en que los pinares atesoran múltiples valores, si bien éstos han ido variando a lo largo del tiempo. “Antes, los pinos valían en horizontal (en referencia a la explotación maderera); ahora, en vertical (como atractivo turístico, formando parte del patrimonio natural de El Espinar)”.

Ya en la Plaza de Castilla, el profesor y escritor Bernardo Souviron leyó el pregón de la fiesta de este año. Con un texto corto, pero de gran profundidad, el pregonero hizo su particular homenaje a los gabarreros. “Hablar de los gabarreros es volver la mirada a un mundo que nunca debe desaparecer de nuestros recuerdos”, señaló, para continuar diciendo que “sólo somos lo que hemos sido, nunca lo que somos, y jamás lo que seremos; estamos hechos de nuestro pasado, y el pasado es el único bagaje que habremos de llevarnos cuando nos toque abandonar este mundo”.

Souviron defendió que el pasado de El Espinar “está en buena medida forjado por los gabarreros”, y que el recuerdo de este oficio “es un deber de todos nosotros, un acto de justicia, pues sólo así los propios gabarreros y su oficio pervivirán para siempre; formarán parte de nuestro futuro igual que forman parte esencial de nuestro pasado”. Para acabar, hizo un encargo al público: “Recordad que nuestra verdadera riqueza, nuestro verdadero progreso, empieza por hacer memoria de lo que hemos sido. Por vivir abrazados a nuestros recuerdos. Y, en El Espinar, nuestros recuerdos están en los montes”.

Entre el público, Mauricio María —hoy será nombrado ‘Gabarrero de Honor’— hablaba de los tiempos en los que, desde la Estación de El Espinar, partía más de un centenar de hombres en busca de leña; intentaba explicar el miedo que sentía cada vez que subía a un pino; y proclamaba la dificultad de resegar los tocones.

En la Plaza de Castilla, y con el acompañamiento de “El Mariquelo” y su grupo charro, la Escuela de Dulzainas de San Rafael y el grupo de danzas de El Espinar, se sucedieron las demostraciones del antiguo oficio. Entre ellas, las de corta horizontal y vertical, con un padre y su hijo, Juan Rodríguez y Jon, como principales protagonistas.

La concurrencia aplaudía, divertida, las exhibiciones y la música. Y Francisco González, un madrileño de Los Molinos que acudió a San Rafael ex profeso para participar en la función, dijo haber visto iluminarse la cara de los viejos gabarreros, “cuando ven que un oficio tan sufrido se ha convertido en una fiesta”.

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