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Un pasado difícil de olvidar

por Redacción
7 de noviembre de 2011
en Internacional
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No es casualidad que Misrata, la ciudad libia cuyos combatientes han participado en más cercos de ciudades y conquistas de plazas, haya inaugurado el primer museo de la guerra del país.

Sus 200 brigadas de milicianos han contribuido a enriquecer los fondos del recinto con distintos símbolos del régimen traídos de Trípoli y de Sirte.

En la desolada calle Trípoli, donde se vivieron los combates más feroces entre las fuerzas fieles a Gadafi y los milicianos de la tercera ciudad del país, se levanta esta modesta exposición, mitad al aire libre, mitad cubierta.

Una de las piezas más llamativas de la muestra es, sin duda, la escultura del puño de hierro aplastando a un avión norteamericano, que representa la resistencia libia, y que el líder fallecido mandó erigir ante su residencia de Trípoli después de que Estados Unidos lo bombardeara en 1986.

Los rebeldes de Misrata, tras participar en la toma del complejo residencial del coronel de Bab al Aziziya, situado a las afueras de la capital, arrancaron con una grúa esta construcción metálica de varios metros y no dudaron en llevársela hasta Misrata.

Además, también se encuentra la silla del que fuera dictador de su residencia de Sirte, de donde los combatientes se trajeron también el cadáver del coronel que expusieron públicamente durante cinco días como otro trofeo más.

En el museo, que lleva por nombre Murad Ali Hasan Yaber, el cámara del canal qatarí Al Yazira asesinado en Bengasi el pasado mes de marzo, también se muestran las fotos de un millar de muertos y desaparecidos durante el régimen, incluidas las víctimas causadas por la rebelión del 17 de febrero.

El objetivo, según sus fundadores, es que la gente se haga una idea del conflicto y no lo olvide.

Y así, además de la silla de Gadafi o los platos que usaba para comer, figuran dos copias del Corán o una enorme estatua de un águila traída desde Trípoli, del cuartel de las brigadas de Salahaldin, así como numerosos tipos de armamento.

Desde balas de kalashnikov, hasta una bomba de media tonelada, pasando por cohetes, morteros, proyectiles, tanques de fabricación rusa, chalecos antibalas caseros y una botella de mosto Don Simón, que no se sabe muy bien cuál es su función en la exposición, pero que está situada junto a una de ginebra, para mostrar, quizá, que los gadafistas bebían alcohol, algo prohibido por el Islam.

«Lo que más me llama la atención son los tanques y la bomba de 500 kilogramos», subraya Ahmed Woyah, que ha venido con unos amigos desde la capital, a 200 kilómetros al oeste, para ver cómo ha quedado la ciudad y también Sirte, «que dicen que está mucho más destruida», comenta.

No obstante, a cada uno le impresionan cosas diferentes, como a Nabil al Gwail, que lo que más le llama la atención son los proyectiles de mortero. «Uno de esos me explotó al lado, por eso no puedo dejar de mirarlos», asegura este médico miliciano que da gracias a Dios porque no tiene muchas secuelas, aunque todavía se vale de muletas para caminar.

Mientras tanto, Al Gwail, que ha llegado en una ambulancia con unos amigos, insiste en que el museo es una buena idea «porque explica la destrucción de Gadafi».

Pero no todas las piezas de la ciudad están expuestas. Omar al Shibani al Shalihi, jefe de la brigada Al Guirán, la que detuvo al líder libio el pasado día 20 en su ciudad natal, guarda con celo sus trofeos, que saca de una bolsa blanca sin estampados al ser entrevistado.

El revólver que el difunto dictador llevaba en la mano cuando fue arrestado: un Magnum 357 Smith and Wesson, un teléfono Thuraya con la pantalla rota, una bota de cuero negro con cremallera y tacón, el turbante que portaba en la cabeza y un amuleto. Pero hay otro objeto que Al Salihi no lleva consigo, la pistola de oro que le incautaron al coronel.

Asegura que de momento no piensa cederlos para la muestra, aunque tampoco descarta que en un futuro los intente vender. De momento, esperará a que las cosas se tranquilicen. Al preguntarle por la detención de Gadafi, el rebelde se lanza a interpretar, Smith and Wesson en mano, el momento de la captura del mandatario.

Para ello, incluso se arrodilla y avanza en cuclillas colocando los codos en el suelo con la pistola en la mano, como si saliera de la tubería en la que estaba escondido Gadafi.

«Jerkun, shu fi ya awlad?» (¿Qué tal, qué pasa hijos míos?), fueronlas primeras palabras que al parecer pronunció el dictador.

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