Con la muerte del ‘Caudillo’ el 20 de noviembre de 1975 España entraba en terreno desconocido, si el debate de la clase política durante los siguientes meses fue el de reforma o ruptura, no fue hasta aprobación de la Ley para la Reforma Política el 18 de noviembre de 1976, cuando se supo que había un plan, y que sería la reforma, ¿para qué?, para ser como nuestros vecinos europeos.
En enero pasado se dio en España el primer gobierno de coalición desde la Segunda República, único en Europa de estas características, y a tenor de los pactos parlamentarios que este gobierno está tejiendo, entramos de nuevo en terreno desconocido, ‘terra incognita’.
Cuando vivimos situaciones que creemos nuevas, a los aficionados al pasado, nos gusta buscar momentos en la historia en los cuales poder reflejar la encrucijada del momento.
Ahora ya sabemos que D. Juan Carlos I tenía un plan democratizador para España que pasaba inevitablemente por convocar elecciones libres a Cortes Constituyentes. El rey venía preparándose para ese momento desde su nacimiento, motivo por el cual se rodeó de aquellas personas que consideró le ayudarían a llevar a cabo su proyecto político. Debió de tener muy presentes las diversas encrucijadas familiares que no habían resultado beneficiosas, ni para la institución, ni para el país, especialmente el 23 de febrero de 1981: El primero de los recuerdos sería el convulso periodo de la Restauración, cuando llegó a 1923 ‘sin pulso’, motivo por el cual Alfonso XIII creyó necesario aceptar el pronunciamiento del Directorio que venía a desterrar la vieja política y que desembocó en un régimen cuya fuente de legitimidad fue desterrarle a él. El segundo recuerdo tenía que ser, forzosamente, el de su cuñado Constantino I rey de Grecia, que aceptando el golpe de los coroneles en 1967 creyó que el ejército sería capaz de hacer frente al movimiento comunista que amenazaba con volver a los tiempos de la guerra civil que sufrió aquel país tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que desembocó en una república que le envió al exilio.
Dos momentos que D. Juan Carlos debió de tener presentes, no porque las situaciones fueran exactas, pero en ambas el monarca hizo pivotar una soberanía nacional agonizante pero legítima, a otra de dudosa legitimidad (por muy bien que fuera recibido, al menos, el golpe de Primo de Rivera).
Un estado de improductiva excitación domina actualmente la vida política española y en esta multiplicidad de crisis (política, institucional, territorial y de gobierno, además de la sanitaria y económica), la coalición de gobierno y sus aliados parlamentarios envían mensajes -algunos inequívocos- del cambio de paradigma que se pretende imponer rompiendo los consensos de la Transición. Y quienes envían esos mensajes, ni están en la oposición, ni son mal vistos por quien está en la ‘sala de máquinas’, sino bien al contrario son piezas fundamentales en el engranaje de la gobernación.
¿Y si miramos al pasado para extraer alguna lección que podamos proyectar al futuro?
¿Y si miramos al pasado para extraer alguna lección que podamos proyectar al futuro? Difícil saber, porque ni la sociedad, ni los políticos, ni los problemas, ni el entorno internacional es el mismo, aunque algunas tendencias puedan llegar a repetirse.
Los acuerdos políticos con partidos no constitucionalistas preocupan por las inciertas y tóxicas consecuencias contaminantes que para la gobernación puedan tener por el coste de sus apoyos.
Algunos de estos acuerdos ya se dieron en la Segunda República. Sin llegar a la “caída de las últimas hojas de la leyenda patria” como describió Ortega el desastre del 98 ni al finis hispaniae, la impugnación constitucional que se está produciendo es de inciertas consecuencias. Pero vayamos a las cosas.
La Generación del 14 creció influenciada por la pérdida de los últimos territorios ultramarinos teniendo que enfrentarse también a diversos tipos de crisis, personalizando Ortega y Azaña las dos corrientes de pensamiento que se proponían para abordarlas.
En el diagnóstico, ambos coincidían que el Estado era insuficientemente fuerte como para hacer frente a las amenazas al sistema constitucional.
Ortega creía que el problema era pedagógico y que una clase profesional educada, bien formada, serviría como fermento de la sociedad. La Institución Libre de Enseñanza recogió esta antorcha instruyendo a unas minorías para que influyeran en la política, aunque sin actuar en ella. El concepto era influir en obras de ‘sociabilidad’.
Sin embargo, Azaña pensaba que España se había desviado de la corriente civilizadora europea del momento, quedando el Estado en manos ‘parasitarias’ que las habrían desviado de su destino.
Azaña pensaba que España se había desviado de la corriente civilizadora europea del momento, quedando el Estado en manos ‘parasitarias’
Creía que había que ir al origen del desvío y corregirlo de manera intransigente para volver por la senda de las naciones de nuestro entorno como Reino Unido, Francia, Italia y Alemania.
Si el debate político de la Europa occidental que se levantó de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial ha oscilado desde entonces entre la socialdemocracia y el conservadurismo, hoy el gran debate es entre las democracias parlamentarias social-liberales y los populismos y nacionalismos sectarios. Si tenemos en cuenta que los aprendices de brujo incrementan los acuerdos con el separatismo ( “me importa un comino la gobernabilidad de España”; “vamos a Madrid a acabar con el Régimen”), dificultan cada vez más los grandes consensos (“que vienen los fascistas”), reducen la calidad democrática y la independencia del poder judicial (desistiendo el legislativo al control parlamentario y reduciendo el consenso en la selección de los jueces), amenazan la libertad de expresión y de información (“minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno”), hacen crecer la desafección a la Corona (acusando al rey de “maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido”), orillan el espíritu de la Constitución (plazos en la renovación de los estados de alarma) o hablan directamente de proceso “constituyente”, podemos llegar a pensar que si es blanco y en botella, será seguramente leche. Y usted, amigo lector, ¿es más de Ortega o de Azaña?
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(*) Director de la Fundación Transición Española y miembro de Concordia Real Española.
