Con sabor a peras Espadona, judiones y nueces recién recolectadas, empezamos este otoño atípico. Un otoño raro que se inició con las manifestaciones convocadas por la Coordinadora de la España Vaciada ante los centros sanitarios de este país. Sí, esta otra España que, sin grandes parafernalias, sin gran despliegue de banderas, sin discursos irrespetuosos… trabaja y vive su día a día; e igualmente siente y sufre eso que se ha dado en llamar “olvido institucional”, más allá del color de los gobiernos que han tenido en sus manos el devenir de los ciudadanos en este país, este Estado, esta nación, esta nación de naciones… Cada uno que utilice el apelativo que quiera.
Conteniendo la respiración estamos todos expectantes. La vida nos ha cambiado; no cabe duda. Lo que antes parecía irreductible, ahora queda todo hecho cenizas. Toda España se ve contra las cuerdas ante un enemigo invisible. La vida se reduce a los pequeños placeres, a la sencillez… a momentos duros como un beso y un abrazo que aguardan a otro momento para ser enviados y recibidos. Y la vida rural es redescubierta por muchas personas que vieron cómo de repente las fronteras quedaban cerradas.
Da la sensación de que el planeta Tierra, ese que con quietud y aparentemente silente ha aguantado las macrourbes o la destrucción o deterioro de hábitats naturales enteros, se ha cansado de esperar. Y ha dicho “Stop”. Hace ya más de un siglo que se popularizó la palabra “rural” para distinguir la realidad imperante hasta ese momento de otra que comenzaba a nacer y que en el siglo XX engulló y eclipsó a la ruralidad por completo: la urbana. Eclipse que se hizo prácticamente total durante los Planes de Estabilización de 1959 y el posterior desarrollismo promovido por el Estado centrado en la industria y el turismo de masas de los años 60 de la pasada centuria. Unos planes de estímulo que no se adaptaron siquiera a esta España que se ha dado en llamar Vaciada (pónganle el apellido que quieran: Vaciada, poco poblada, despoblada, etc.), y que marcaron un antes y un después en la vida del país interior, el “gran trauma” al que se refiere Sergio del Molino. O lo que es lo mismo, el duro periodo del “Éxodo Rural” durante el cual millones de ciudadanos de estos lugares se convirtieron en “inmigrantes dentro de su propio país” dirigiéndose a otras localizaciones en búsqueda de las oportunidades que aquí no llegaban.
Pero tenemos una oportunidad buenísima que no podemos desechar: el comodín de la respuesta, el botón dorado. La Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los Presupuestos Generales del Estado, los remanentes de Ayuntamientos y Diputaciones o la llegada de los dineros de la Unión Europea pueden marcar el principio de ese nuevo mundo, de esa nueva España que está por venir. El reto es apasionante. Más allá de las inversiones rutinarias, es urgente la implementación de planes precisos de inversión productiva, de diversificación económica y reindustrialización sostenible que encaucen de manera óptima todos esos recursos (económicos, humanos, materiales…) generando posibilidades de empleabilidad en la España rural con el asentamiento de empresas y comenzando una suerte de economía circular que propicie el ansiado asentamiento de población rural, neorrural y desarrollo endógeno en el territorio.
Es necesario el empoderamiento de las gentes del campo, y dejar clichés a un lado. Debemos valorar debidamente nuestra identidad, nuestro patrimonio cultural, natural, artístico… El medio rural es el mayor crisol cultural que nos podemos imaginar, dispone de la calidad de vida sin aglomeraciones y apreturas; y además es el reservorio de todos los recursos ecosistémicos, o lo que es lo mismo: de todo lo indispensable para la vida. Hay un slogan que dice que “si el campo no produce, la ciudad no come”.
La idea del Reto Demográfico llega para reequilibrar unas grandes ciudades que concentran cada día a más y más población hacinada literalmente mientras que los pueblos pierden más habitantes. Necesitamos la financiación necesaria para la prestación de servicios, primando el interés general y la igualdad de oportunidades de cada uno de los habitantes de este país. Necesitamos replantear el mundo en un ejercicio de estrategia ante la pandemia. Necesitamos vertebrar un territorio que se despuebla –que se vacía– en base a un funcionamiento todavía centralista, que sigue llenando de oportunidades e inversiones la capital del Estado, la capital autonómica u otras grandes ciudades. “Ser pocos no resta derechos” es una de las principales proclamas ante esta realidad.
En los pueblos también está el talento. Castilla y León forma a sus chavales con un nivel de excelencia. Ahí están los informes de carácter internacional, como el PISA. Y resulta que buena parte de la juventud hace la maleta porque: o bien sigue el pensamiento todavía presente de que únicamente prospera y progresa quien se va del pueblo (qué pena que esta idea siga imperante); o bien porque no queriendo irse, los jóvenes emigran por necesidad imperiosa ante la falta de trabajo en base a su formación y capacitaciones. Y ya sabemos que sin relevo generacional, difícilmente puede sustentarse cualquier comunidad social. Si no hay servicios, infraestructuras y trabajo, no hay población. Y si no, que se lo pregunten a muchas personas mayores que desde estos meses de atrás se plantean salir del pueblo en vista al cierre primaveral y veraniego de los consultorios médicos. “No nos dejan hacernos viejos en nuestra casa”, he oído a algún amigo entrado en años. Hace unas semanas escribía en este diario sobre la despoblación, indicando que los censos siguen bajando. En la actualidad 146 municipios de la provincia de Segovia pueden ser considerados “desierto demográfico”.
La España Vaciada se ha cansado de esperar, de aguantar. Este pedazo terreno que también es España reclama legítimamente su momento, quiere el mimo que las administraciones han tenido con otros territorios; y exige una apuesta política clara por parte de todas las administraciones y todos los partidos. De nuestra parte está la igualdad que proclama la Constitución entre los españoles y preámbulos legales nacionales y autonómicos de marcado carácter equitativo entre los ámbitos rurales y urbanos; y además, desde Europa se nos lega el artículo 174 del Tratado de Lisboa en el que se indica literalmente que “se prestará especial atención a las zonas rurales, a las zonas afectadas por una transición industrial y a las regiones que padecen desventajas naturales o demográficas graves y permanentes”. Todas estas declaraciones de buenas intenciones no se materializan, no toman forma en medidas concretas. Fíjense en este ejemplo: todavía hay pueblos sin cobertura móvil en sus cascos urbanos o no hay oferta suficiente de vivienda de protección oficial.
Y eso sí, a todos nos compete luchar por cambiar este panorama y hacer ver que en los pueblos se vive bien, no solo en verano, sino todo el año. No solo reivindicando todo lo preciso (que también, por supuesto), sino mostrando lo bueno de la vida en nuestra tierra. En nuestras manos está el seguir siendo ese “parque temático” despoblado que señaló el grupo aragonés “La Ronda de Boltaña” o creer firmemente que somos capaces de hacer historia cambiando la deriva actual. Comienza esta peculiar campaña de marketing y optimismo 2020-2021. En la España más llena, como en ningún sitio.
(*) Maestro de Educación Musical y Etnomusicólogo.
