El peor fin de semana de la segunda ola cogió al personal de puente. Hubo tiempo y espacio para que el nuevo dominguero añadiera una nueva ruta en ‘Strava’, para asaltar el pinar y dejarle tieso de níscalos y para invadir Instagram de sushi. También para montar barricadas, prender fuego a unos contenedores y volver a casa con una bicicleta del Decathlon más rápido que Primož Roglič en la Vuelta. Todavía se preguntan: “¿Quién anda detrás?”. La capacidad para tomar decisiones, por un lado, y la educación, por otro, desde luego que no.
Empatía es el señor del bar de pueblo que tiene que cerrar cuando en el pueblo no hay ni siquiera positivos
Las huelgas y reivindicaciones se han convertido en una pantonera: las hay de todos los colores. La última concentración, la de la hostelería. Paradójico resulta ver cómo un sector que tanto acoge se vea en la calle. En nueve meses no hubo una pizca de talento para establecer medidas sólidas para uno de los grandes motores de la economía nacional. Quizás lo primero hubiera sido comprender que no hay ni habrá equilibrio entre Sanidad y Economía. Hasta en ‘la isla de las tentaciones’ lo habrían entendido.
Durante este tiempo, el cansancio se ha generalizado y la empatía ha perdido la paciencia: apenas quedan muestran de apoyo. Empatía fue el aplauso de las ocho, luego adelantar el horario de las cenas cual europeo y ahora debe ser cerrar de un portazo toda la hostelería. Empatía es el señor del bar de pueblo que tiene que cerrar cuando en el pueblo no hay ni siquiera positivos. Medidas, ¿para quién? Igual el ritmo y modo de vida de las grandes ciudades resulta que es insostenible, pero ni el que tiene un pueblo en Soria para el verano había caído en ello. Igual el de la ‘storie’ del sushi, sí. No lo sé, pero la vorágine urbanita es evidente que es otro virus más. Da igual. Cierran todos: las grandes, los pequeños y los de casa.
Si hace unos meses la hostelería veía que el ERTE era vaselina para el ERE, ahora ya ni eso. Una vez echada la verja, va a ser muy difícil volver a levantarla
Si hace unos meses la hostelería veía que el ERTE era vaselina para el ERE, ahora ya ni eso. Una vez echada la verja, va a ser muy difícil volver a levantarla. Entre morir por coronavirus y morir de hambre, aunque no lo parezca, la diferencia es muy grande: en la primera mata un enemigo a día de hoy incontrolable; en la segunda hay responsables detrás y -debería haber- conciencias intranquilas. Son las consecuencias de un virus que ha mutado de forma asintomática en los políticos. Está claro que este mundo sin ellos dejaría de ser una comedia.
Suena ‘La Mattina’ de Ludovico Einaudi y aquí, en la calle de los bares, en la Laurel o en el Húmedo, nadie sube la verja. No hay café ni pincho de tortilla. Ayer fue la despedida más triste cuando el reloj marcó la hora de “la última y nos vamos”. No hubo penúltima. Ojalá no tuvieran que irse. Ojalá vuelvan para hacer magia para los demás.
