Decía Miguel Hernández en su «Canción Última»:
«Pintada, no vacía
Pintada está mi casa
Del color de las grandes
Pasiones y desgracias»
Por contra, parece que nuestra casa, esa Castilla (y León) que protagoniza tristes despedidas estos días, sí sufre de ese mal. Vacíos sus campos, vacías sus calles, vacíos sus cenobios… Vacío, vacío, vacío…
La vacuidad de la Meseta es un tema algo exótico, pero manido, sobreexplotado y, en parte, vacío. Glosar los dimes y diretes del problema a que se enfrenta el mundo rural se ha convertido en algo parecido a una moda. Muchos pasan por aquí, pero pocos se quedan, lo que establece un paralelismo con la situación de nuestros pueblos y algunas de nuestras ciudades. Sin embargo, de vez en cuando, surge un brote, una espiga, que crece verde, alta, enhiesta, y que, si la dejan, nos permitirá albergar la buena esperanza de que nos proporcione fruto y alimento.
Esa espiga puede ser una película, como la magistral ‘Tarde para la ira’, donde Raúl Arévalo hace un retrato descarnado de la meseta y que puede ser un videoclip, como el ‘Demasiadas Mujeres’ de C. Tangana, donde el folclore cañí se mezcla con escenas que cualquier ser criado en un pueblo reconocerá; puede ser una foto, como las maravillosas estampas de silos que recoge el palentino Víctor Quintana (alias Ferropenico) en su serie Trigo; o puede ser un grupo de jóvenes, los cuales, establecidos en Madrid debido a las escasas perspectivas de futuro que ofrece su tierra, deciden organizarse para tratar de arrojar luz al problema de nuestros pueblos y sus gentes. Permítanme que les hable brevemente de estos últimos.
Ellos, en octubre del 2019, como grupo de jóvenes emigrantes en la capital de España, deciden reunirse para ver que pueden aportar a este vacío debate. Reunión tras reunión, van conformando un corpus y lanzando propuestas serias, pues esto no va de quejarse (aunque a veces haya que hacerlo), va de buscar soluciones para que la gente pueda tener un futuro en su tierra. Actualmente, empujados en parte por la situación de desamparo con la que la pandemia nos ha castigado, han decidido extender su apuesta y llevar sus ideas y argumentos directamente al lugar del desamparo, es decir, nuestra región, Castilla y León.
Este grupo, llamado ‘Jóvenes de Castilla y León en Madrid’, pretende primero sembrar y después cultivar esas espigas de las que antes hablaba.
Esperemos que de ese trigo salga la harina que sirva para amasar una buena hogaza de pan candeal, algo que, si no, también corre el riesgo de desaparecer. Y con ello la esperanza y la capacidad de alguna generación dispuesta a esfuerzos que solo requieren ser bien canalizados. Castilla y León, la despoblada, ¡quiere vivir!