En junio, Sánchez nos llamó a todos a la Nueva Normalidad, pues habíamos vencido a la pandemia y tocaba salir a la calle, divertirse y relacionarse.
El se fue de vacaciones tres semanas, acompañado de un grupo de amigos y todos, con cargo al Estado. Mientras, muchos de los pequeños empresarios, comerciantes, hosteleros y restauradores, volvieron a abrir las persianas de sus negocios con enormes dificultades, para intentar paliar el roto que se había producido en la economía y casi ninguno, pudo marcharse de vacaciones. El daño había sido demasiado grande. Pero la economía, el consumo y la movilidad seguía marcados por el miedo, y por ello, ni a duras penas, pero sí lastrados por nuevas deudas.
El verano pasaba y la recuperación en “ V “ del gobierno no llegaba y con Sánchez desaparecido, empezábamos a oír que lo de la segunda oleada de la pandemia podía ser cierta.
El turismo se hunde, el comercio y la restauración ve pasar los días y sus establecimientos casi vacíos; los pequeños empresarios ven como el agua les llega al cuello y sigue aumentado el número de españoles sin trabajo.
La alarma llega, los contagios y fallecidos crecen día a día y las CCAA, ante la ausencia de una normativa legal nacional que las habilite para tomar ciertas medidas sanitarias, (desde el PP lo venimos pidiendo desde mayo y Sánchez se comprometió en el Congreso, pero no le ha dado la gana) piden aplicar de nuevo el estado de alarma. Eso era lo que quería Sánchez, tener el estado de alarma para hacer lo que le parezca, pero hemos perdidos semanas que hubieran sido vitales. Lo que está haciendo Sánchez, como decía Felipe González, es una puñetera locura, o aquel otro, que esto era una dictadura constitucional. O una trampa saducea, digo yo. No han querido que haya un nuevo marco legal sanitario, pedido insistentemente por Casado, y por ello tenemos que ir obligados al nuevo estado de alarma. ¡O la bolsa o la vida!
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(*) Diputado del PP por Segovia.
