En una de estas deliciosas tardes otoñales que disfrutamos en Segovia, encuentro en el Azoguejo a dos antiguos y buenos amigos, con los que había perdido contacto personal desde que comenzó el confinamiento. Hay que contarse muchas cosas, y la conversación nos lleva por diferentes caminos, hasta que uno de ellos, que designaré como A., exclama de repente:
-¡Qué maravilloso sigue estando este Acueducto!
-Lo está en cada momento del día – respondo.
El tercer amigo, que llamaré J., dice:
-Por cierto, que ahora parece que el Ayuntamiento está tomando muy en serio lo de su protección, tema en el que tú y unos pocos más venís insistiendo desde antaño. Dicen que están trabajando sobre una ordenanza para protegerle al máximo.
Y el amigo A. vuelve a intervenir:
– En efecto, y en ella se incluye un número infinito de prohibiciones. Por lo visto solo se ha presentado una sugerencia en el plazo de consulta pública, y yo no me he decidido a proponer una idea.
-Bueno –le respondo-, tú siempre has tenido muchas ideas…aunque sean peregrinas la mayoría.
Respuesta de A:
-Sí, ideas peregrinas, o raras, o exóticas, o locas, como queráis llamarlas. Pero son ideas.
-¿Y cuál es esa tan reciente? –Le insisto.
-Pues, veréis. Ya que se quiere proteger al máximo al monumento, ¿por qué no se piensa en colocar a ambos lados del mismo un grueso cordón, distante más o menos del monumento, que podría ir dese el mismo Postigo hasta frente a la entrada a la Academia de Artillería?
-Tendría sus dificultades-, apunta mi amigo J.
-Sí –contesta el “autor” de la idea-, pero sería un sistema muy efectivo para evitar acercarse al Acueducto, dejando en determinados puntos un espacio libre para el paso bajo algunos arcos.
Disfrutando de la apacible tarde otoñal segoviana, los otros dos amigos nos quedamos un poco perplejos ante la idea “peregrina” de A. Pero, enseguida reaccionamos y comenzamos un cambio de impresiones sobre el tema, aunque pronto se nos echara la noche encima sin haber llegado a ninguna conclusión o acuerdo sobre si sería buena la idea de A. o debería quedar definitivamente considerada como rara, exótica y hasta estrambótica.
Lo que sí comentamos fue la extensa relación de prohibiciones que, según se ha informado en este diario, pudiera contener la nueva ordenanza, y otro tema que sacó a relucir mi amigo J.:
-¿Por qué ha de seguir en la tan lejana Casa de la Moneda el llamado Centro de Interpretación del Acueducto, propio de estar cerca de él y no a tanta distancia?
Avanzaba la hora pero, de repente, mi amigo A. exclama:
-Por cierto; los responsables municipales de la Cultura deben considerarnos ignorantes a los segovianos y a los visitantes, porque, si no, ¿a cuento de qué viene ese despilfarro de letrero para decir que está ABIERTA La Casa de la Lectura?
Definitivamente se hizo de noche y, miren por cuanto, al observar al Acueducto antes de despedirnos, me pareció que, de alguna forma simbólica, el majestuoso monumento estaba sonriendo socarronamente.
