Imagino que estamos a la luz de las velas en ese restaurante de Times Square de Nueva York, echando mano del despojo de una de una Honeymoon en ruinas, y en el álbum de recuerdos reemplazados aparece un beso inmortal en la plaza del Azoguejo con su Acueducto de testigo, o aquel improvisado chocolate con churros en Maganto después de una verbena del Teo, yo tenía 20 años, cuando me soltaron el primer “te quiero”, o los bocatas de tortilla de patata, hoy gourmet, de expedición por los pinos de La Garganta.
Otoños con resaca y fotos de película recreando veranos grabados a fuego lento, llenando los años de planes, desbordando a Lennon mientras la vida nos pasaba por encima sin apenas darnos cuenta.
Un verso que resume un amor de por vida, que no se extingue por muchos vacíos que aniden y mundo que se recorra. Es la cuna y la tumba, es el alfa y el omega de la historia familiar, es la tierra y el sustrato que ayuda a no perder la referencia, es esa debilidad que invita a declararse orgulloso del origen, de la intrahistoria, de los errores o aciertos del pasado en forma de fuegos artificiales que enriquecen la perspectiva.
Imagina que aquí seguimos esperando recobrar la conciencia algún día, apurados por despertar de esta pesadilla, y mientras, volamos al son de dulzaina y tamboril, bailando La Respingona o agarrados, como antaño, disfrutando con deleite del olor a leña quemada, recitando a Bécquer mientras me coges de la mano.
Imagina cuando todo esto pase y no nos haga falta imaginar lo que un día tuvimos.
