Hace unos días compré en la librería solidaria Aida una edición de Política, de Aristóteles. Es uno de los libros clave del pensamiento clásico, y junto con Ética a Nicomaco de mis preferidos en la bibliografía del filósofo griego. Es un libro de fácil lectura, y, en algunos paisajes, de rabiosa actualidad. No sé si ello es motivo de preocupación; sí al menos para reflexionar lo poco que ha cambiado el ser humano en los últimos veintitrés siglos. Aristóteles situaba a la prudencia en el cénit de las virtudes que debe adornar al hombre –uso el genérico-, tanto en su relación consigo mismo como con sus semejantes. Lo dice en Ética y lo repite en Política.
No es, sin embargo, costumbre que se profese en estos tiempos de rápidas respuestas, de amores inmediatos y de odios productos del momento; no es la reflexión ponderada signo del presente, en el que quien no ocupa el primero las redes sociales, y si es posible con una salida fuera de tono, emocional, primaria, se quede fuera de juego. Pero miren por dónde, aquí me veo ejerciendo la prudencia, no sobre los gustos, pensamientos o aficiones de los demás, sino sobre mis propios juicios de valor. Me está ocurriendo con la serie Ratched, pretendidamente una precuela de Alguien voló sobre el nido del cuco, la novela de Ken Kesey que llevó a las pantallas de manera magistral –al menos eso recuerdo- Milos Forman. El caso es que dudo después de unos capítulos en si es una obra notable o un pastiche. Es cierto que Ryan Murphy, su director, sabe mantener la atención del público, con dosis de misterios y píldoras que impactan como un galipazo en los ojos; la estética atrapa y la realización mezcla planos diferentes con sutileza, y pocos se entregan a la vacuidad. Pero en ocasiones empalaga; la protagonista no tiene la impenetrabilidad fría, dura, del rostro de Louise Fletcher y la escritura psicológica peca de trazos gruesos. Son los rasgos del posmodernismo y el riesgo de la apariencia. Haré caso a Aristóteles y seré prudente y paciente. Y disfrutaré, en tanto, de la duda.
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