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Cosas de viejos

por Julio Montero
23 de septiembre de 2020
en Tribuna
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Me he encontrado antiguos estudiantes de comunicación (las generaciones más actuales) en posiciones profesionales muy variadas, pero con cierta frecuencia en algunas inferiores a las competencias que teóricamente corresponden a la formación universitaria. He visto, licenciados antes, y ahora graduados, en periodismo, comunicación audiovisual y publicidad y relaciones públicas que vendían ropa de cama en el Corte Inglés (ahora eso sería muy difícil), atendían el mostrador de recepción de una empresa de cualquier cosa, hacían un máster que ampliaba ligeramente lo que ya habían “estudiado” en grado… pocos de ellos estaban en la persecución de sus sueños: ayudando en realización, edición o producción de materiales audiovisuales; trabajando en una redacción sin horas ni horario, en alguna empresa de publicidad…

No quiero exagerar. Cuando uno es viejo “presume” también de antiguos estudiantes con éxito. En mi vieja complutense logramos incluso que una de ellas llegara a reina de España después de una carrera profesional buena en los medios. Pero tenemos también guionistas de prestigio, algunos directores de pelis y de series, buenos críticos de cine y televisión, directores y directivos de medios de comunicación, etc. El tiempo pasa y juega siempre a favor de los que triunfan.

Me he preguntado muchas veces qué papel juega personalmente cualquier profesor universitario en esas carreras de triunfo y aquellas otras que no exigen la dedicación universitaria que se ha prestado. Es imposible saberlo. No falta gente que años después se te acerca (incluso te escribe) y “piropea” por lo que supusiste para ellos. Tiene gracia, porque en esas evocaciones, sin que ellos lo sepan, porque unos no conocen las historias de los otros, se ponen al mismo nivel conversiones radicales que cambiaron algún aspecto de su vida, con anécdotas aparentemente intrascendentes que cuando lo piensas bien juzgas que efectivamente lo fueron (intrascendentes).

Se tiende a pensar que es más difícil prestar apoyo de orientación a los estudiantes en una universidad, como la actual, despersonalizada. Me recuerdo con ochenta estudiantes (y solo ochenta y de la misma asignatura). Los días inmediatamente anteriores al inicio de las clases intentaba memorizar sus nombres y apellidos sin conocerles. Ninguno de aquellos estudiantes ignoró nunca mi nombre: todo un año de relación académica lo hacía imposible.

Desde los noventa tienes unos cien estudiantes cada cuatrimestre (dos meses y medio reales) y dos asignaturas cada uno de ellos: cuatrocientos al año. Imposible memorizar listas tan amplias. Nosotros no sabemos los nombres de los estudiantes y estos corresponden ignorando el nuestro. Este incremento del número, de estudiantes y de profesores, ha disparado la burocratización y la aparición de figuras universitarias no conocidas hasta ahora: los gestores de cosas variadas, de título, de área, de asignatura, de grados, de másteres, de doctorado…

El resumen es que un profesor con cuatro grupos (dos al cuatrimestre) en diez años ha impartido clase a unos cuatro mil estudiantes. Desde luego la personalización no se da del mismo modo. La iniciativa ahora está en los estudiantes. La proporción de “interesados” es menor y los motivos que llevan al primer paso suele ser una necesidad burocrática no muy difícil de resolver. De esta primera criba a veces surge una tutoría de interés. Y desde ahí abrir horizontes profesionales, internacionales, de ampliación de perspectivas, de otros lugares donde aprovechar mejor posibilidades desconocidas…

Ocurre a veces que antiguos estudiantes, con esos con los que se ha mantenido un relación ya de amistad, llaman a esos profesores. Quieren para sus hijos la atención que ellos tuvieron. Lo normal es que se acepte ese “encargo” siempre que el interesado, el estudiante, también lo quiera. Y en ese escalón mueren muchas buenas intenciones paternas. Cuesta que un padre entienda que sus hijos son de otra generación y que todo lo suyo les resulta antiguo por definición. Muchos son amables y te miran con la curiosidad que sienten por los objetos de museo desconocido: ¿qué me podrá enseñar una persona tan mayor que aconsejaba a mis padres cuando tenían mi edad?

A veces se produce el milagro y uno se encuentra años después amigo de los padres y del hijo con trayectorias independientes. Y el más favorecido es siempre el profesor: ¡lo sé por experiencia!

——
(*) Catedrático de Universidad.

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