La novela había quedado en suspenso. El verano llevó al lector a pasar sus desocupadas horas en dar largos paseos por la forestal buscando la sombra de los altos pinos y en contemplar el luminoso cielo estrellado. La intensidad de la trama parecía disminuir, con tanto emotivo reencuentro y tanta conversación entre ricas viandas, tenía apariencia de final feliz. Pero la novela continuaba.
Comienza el capítulo titulado “Septiembre” y no pinta bien. Resulta gris, frío y oscuro, ¿premonición de lo que va a suceder? La novela es gruesa y todavía queda mucho para llegar al final. Los personajes están confusos, las noticias son alarmantes. El narrador centra su atención en jóvenes y niños, ahora son ellos los que tienen que enfrentarse al gran reto. No parece que sea un rito de iniciación, pero es posible que maduren en poco tiempo, descubran recovecos de su personalidad y adquieran importantes valores. El narrador habla mucho de ellos, pero continúa las historias de todos los personajes -esta es una novela coral-. El mal sigue ahí, agazapado, amenazante entre aquellos que se sienten seguros y relajan la precaución al encontrarse con la familia, con los amigos para pasar un buen rato y olvidar las preocupaciones. Saben que no se harían daño entre sí. No es cierto: no se harían daño intencionadamente, pero puede suceder de manera inconsciente como en las grandes novelas.
El lector sabe que ha llegado a un capítulo determinante, en él se revela uno de los grandes temas de la novela: la fortaleza, esa capacidad de resistir y seguir adelante. Esa virtud -cardinal para los cristianos- que consiste en vencer el miedo y evitar la temeridad. Sí. El lector asiente con la cabeza, mientras cierra el libro con el dedo entre las páginas. Esta es la clave: vencer el miedo y evitar la temeridad.
