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Julio Montero – ¡Vivan las cadenas!

por Redacción
19 de agosto de 2020
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO 1
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Tiempos inciertos

El mester es un arte o un oficio. A lo largo de nuestra historia cultural lo ha habido de clerecía y de juglaría. Fueron nuestros inicios literarios, en manos de clérigos primero y de juglares después. Se inauguraba así una constante de nuestra letras: la alternancia entre lo teológico y el aire profano y bienhumorado que se mezclan, además, en sus creaciones.

Casi a la vez, otros que también sabían escribir y contar las cosas se ganaban la vida dejando bien a quienes les pagaban por ello. Ya ellos se las apañaban luego para ser autores de crónicas históricas que se guardaban para el futuro (para la historia), poemas que los ciegos cantaban por ferias y mercados o que los pintores grabaron de dibujos desde que apareció la imprenta.

Al aparecer las ideologías políticas en la esfera pública, los antiguos lameculos de señores se pusieron al servicio de grupos que defendían unas u otras. Por entonces apareció la derecha y la izquierda que vino a significar ser conservador (tradicionalista) o progresista (amigo y defensor del progreso). Durante bastante tiempo esa distinción careció de connotación moral: los “buenos” eran los que ganaban en las luchas políticas y los perversos los derrotados. La victoria consagraba en la bondad.

Poco a poco la entereza moral se decantó hacia los que reclamaban algo. La reivindicación transforma en exigencia política un principio ideológico. El progresismo consiguió así su marchamo de superioridad moral sobre el conservadurismo de cualquier carácter (aunque poco antes hubiera sido progresista). La semejanza de la idea de progreso con el progresismo es puramente fonética. Algo parecido a lo que supone entre los ignorantes de la física la Ley de la relatividad: lo tradujeron inmediatamente en “todo es relativo”, cuando significa justamente casi todo lo contrario (E=mC2). Pero explicar física es muy difícil y entenderla todavía más. Los eslóganes, si son cortos y se pueden aplicar a casi todo, son muy prácticos y el personal se siente feliz en su ignorancia.

Y la defensa de la reivindicación se convirtió en oficio, en mester. Y siempre hubo en las sociedades contemporáneas gentes interesadas en un cambio que les favoreciera. Primero fue la libertad frente al despotismo. Luego llegó la libertad de colectivos sobre la libertad de las personas. Y se atribuyó la libertad primero a los pueblos, que enseguida se llamaron naciones para distinguirlas de otras colectividades menores: la nación francesa frente a los diversos pueblos que conformaban el reino de Francia antes de la revolución; la nación alemana frente a los pequeños estados de Europa central, herencia del viejo imperio romano-germánico; la nación italiana frente al mosaico de estados que se mantenían independientes o sometidos en la península itálica y sigue y suma.

Y luego vinieron los defensores de la libertad del proletariado. Más adelante nacieron los defensores de los colectivos sometidos. Algunos de los pueblos integrados en naciones dijeron que ellos también lo eran… y que querían libertad también como pueblo y que los opresores eran las naciones que los habían añadido en contra de todo derecho (y sobre todo de su voluntad). Y más opresores aún eran quienes no pensaban como ellos aunque fueran sus vecinos.

Últimamente, el movimiento reivindicativo de comunidades se ha extendido a las transversales. Así nadie pueda escaparse de ellas. Porque a un señor de Finlandia le puede dar lo mismo la independencia del Valle de Arán!; pero no puede eludir que le impliquen en el enfrentamiento feminismo-machismo; ni en la lucha por la orientación de género; ni en la cruzada emprendida por los que se sienten tan unidos a lo animal del ser humano que se presentan como representantes de los derechos de los animales que no saben hablar; ni por los que quieren prohibir las vacunas; ni por los que se sienten ofendidos si el personal come carne (o miel o huevos); ni por la que aspira a transitar por su sexo u orientación genérica en función de sus necesidades o sentimientos del momento…

La defensa de estas reivindicaciones de libertad para colectivos se ha basado siempre en la absoluta necesidad de someter a las personas y sus razonamientos a esas ideologías. Ese ha sido siempre el rasgo característico del progresismo y de su altavoz el mester de progresía. Una curiosa trayectoria que acaba siempre en la sumisión incondicionada del pensamiento individual; en la exclusión del diálogo razonado y en el sometimiento de la inteligencia a la estulticia. En fin: libertad sí, pero solo para ellos. Para el resto gritar ¡vivan las cadenas!

—
(*) Catedrático de Universidad.

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