Se ha de reconocer, como obviedad histórica, que gracias a los cristianos se ha conservado en España gran parte del patrimonio artístico existente. La mayor parte de los bienes desamortizados se perdieron bien por deterioro bien por destinarse a un fin distinto para el que fueron creados.
Por eso, es importante establecer unos principios que propicien la buena gestión tanto en el uso de esos bienes como en la seguridad y protección de los mismos. Nos referimos a bienes como templos, ermitas, imágenes, archivos parroquiales, utensilios para las celebraciones, etc.
Entre los principios podríamos enumerar: Transparencia y Vigilancia. Es necesario que los fieles y ciudadanos conozcan el patrimonio de la Iglesia Católica en España, lo que cuesta cuidar y mantenerlo, porque de lo contrario pueden opinar que las cuentas no están claras y vean “fantasmas” donde no los hay.
La Iglesia no debe tener miedo a exponer sus cuentas, ante quien corresponda. Es más, lo hace ante quien debe hacerlo. Lo que ocurre es que quien no quiere oír, no oye, y quien no quiere ver, no ve, por mucho que se le enseñe. Debe ajustarse a los controles canónicos y a los civiles si fueren necesarios. Y esta vigilancia corresponde a la autoridad eclesiástica con el consentimiento y asesoramiento de sus órganos consultivos.
Pero, sobre todo, la Iglesia ha de dar a conocer su labor y sus frutos, y cuantificarlos según los tiempos actuales. Ha de exponer sus logros y lo que ahorra al Estado. Para ello, es necesaria una buena administración del patrimonio.
Debe desaparecer el falso prejuicio de una parte del clero que afirma que “no se ha hecho sacerdote para administrar patrimonio, o para llevar fundaciones, o para llevar la economía parroquial, o para…”. El clero ha de ser consciente que con una buena administración se asegura un mejor cumplimiento de los fines pastorales. La diligencia y la prontitud en la administración de los bienes son fundamentales para atender al culto, a la sustentación del clero, al sagrado apostolado y al ejercicio de la caridad.
Normalmente esta buena administración del patrimonio va íntimamente unida con la austeridad y la consideración del clero. Estos dos factores conllevan siempre un incremento en las herencias o legados a favor de la Iglesia y de la evangelización.
Junto a la buena administración está la Profesionalidad en la gestión. No debe preocupar la inclusión de seglares profesionales en la gestión del patrimonio. La adecuada rentabilidad de los bienes muebles e inmuebles, la negociación de la cartera de valores, la creación de una masa común e incluso la posibilidad de realizar actividades empresariales en igualdad de condiciones a las otras entidades civiles, no deben descartarse en esa administración del patrimonio.
Todo ello a través de profesionales. No debe producir inseguridad. Siempre están los Consejos económicos diocesanos, parroquiales o de las distintas Congregaciones Religiosas e Institutos de Vida Consagrada, que han de emitir su correspondiente consentimiento o dictamen. El problema en la Iglesia no suele ser de riesgo ni de temeridad, sino de pasividad y de omisión. Normalmente en la Iglesia existen muchos contables, pero pocos gerentes, pocos generadores de recursos, simplemente administradores.
También en los últimos años están surgiendo problemas: viene siendo una constante la inquietud de algunos sectores sobre quién es el titular del patrimonio histórico-artístico, del uso cultural que se le está dando, de su utilización turística, e incluso de la sostenibilidad del mismo. Esta inquietud siempre aparece en aquellos bienes inmuebles que realmente son de gran interés cultural-turístico, olvidando que además existen miles y miles de bienes inmuebles que han de ser conservados y mantenidos por la Iglesia Católica.
El enorme interés manifestado por la titularidad de las Catedrales y otros edificios emblemáticos desaparece o se reduce cuando se trata de los humildes templos parroquiales, ermitas o capillas que repartidos por todo el territorio nacional han de ser sostenidos por la Iglesia Católica.
Últimamente algunas celebraciones religiosas, procesiones, y actos mitad religiosos mitad festivos están siendo declarados como Bienes de Interés Cultural Inmaterial. No deja de ser preocupante la posible confusión entre lo que es un acto cultural y un acto cultual, situando en un mismo plano lo que para los católicos es la máxima expresión de su fe con otras fiestas laicas.
