Los sueños y los recuerdos se parecen mucho. Y su semejanza se debe, sobre todo, a que son juicios sobre imágenes débiles, incluso sobre imágenes tan volátiles que en muchos casos podrían ser hasta inexistentes. En los recuerdos, las imágenes que los evocan suelen estar al servicio de una narrativa: lo que se viene a la cabeza al hacer memoria de unos hechos de los que se ha sido testigo no es tanto una instantánea de un momento, como un relato en que se inscribe ese plano teóricamente inolvidable.
Casi nadie se atreve a afirmar por qué sueña lo que sueña. Y la minoría que lo hace solo añade firmeza a su ignorancia, o una rejilla interpretativa que permite explicar no solo los sueños sino cualquier cosa en la vida y casi en la sociedad. Otro asunto es que se acierte. Nuestros sueños tienen que ver a veces con nuestra vida reciente, incluso con acontecimientos de nuestra vida temporalmente próximos; pero nadie puede adivinar qué va a soñar esa noche.
Además, los sueños pueden asumirse por parte de los soñadores con un realismo tan veraz que se traslada a la realidad de un modo hasta físico. Y no me refiero a las camas mojadas en determinadas épocas de la vida, que son una experiencia tan común. No es infrecuente que en nuestros sueños el sujeto durmiente despliegue todo tipo de violencias físicas a su alrededor: patadas, puñetazos, giros… y despierte ante los asustados gritos de su acompañante de cama, que naturalmente ignora el motivo de tanta y tan intensa actividad violenta.
Luego está la fugacidad de las imágenes de los sueños que se quedan en nuestra memoria. Si las imágenes de las evocaciones de los hechos pasados son débiles; los recuerdos de los sueños, las imágenes que los representan, son aún más volátiles y difusas. Son como recuerdos de recuerdos. Es muy frecuente que la gente sea incapaz de recordar sus sueños si nada mas despertar -aún sentada al borde la cama- no hace memoria e intenta reconstruirlos. Normalmente no pasa de flases deshilachados, de secuencias casi independientes que se “pegan” mientras se evocan sin demasiada lógica. Lo que queda luego es, sobre todo, el recuero del recuerdo del sueño. Tan frágiles son las evocaciones de nuestras ensoñaciones oníricas.
Me he pasado años con encuestas orales, en vivo y en directo, con mis estudiantes universitarios sobre sus sueños. Era historia del cine (documental). No tenían ningún interés científico, pero nos ayudaban a entender cosas más sencillas, aunque enormemente más estimulantes. Les preguntaba en abierto y se contestaba sobre la marcha y de viva voz. Solo algunos lo hacían claro: quienes querían y, sobre todo, los que recordaban aquello que habían soñado. Porque las preguntas eran, en concreto, sobre sueños que hubieran tenido aquella semana.
Solía plantearles si en sus recuerdos de sus sueños ellos se veían dentro como un personaje más, o si las imágenes de sus ensoñaciones eran las que corresponderían a sus ojos, las que verían, si hubieran estado en las situaciones en que les situaban aquellas. Había de todo, pero abundaba el sueño en que nuestros ojos eran la cámara que miraba lo que “ocurría” en aquel mundo irreal. Si volaban, veían planos cenitales; no se veían volar. Este tipo de planos es señal inequívoca de protagonismo; por lo menos, de presencia testimonial.
Sin embargo, el vernos en nuestros sueños como un personaje más (alguien que es mirado mientras actúa con otros) nos sitúa, de entrada, en la narrativa ajena a nuestro protagonismo que por unos instantes, los del sueño, se comparte. Paradójicamente los sueños así “vistos” suelen recordarse mejor: son un documental y no una película de ficción vivida con la intensidad del protagonistas, pero de la que en el fondo sabemos que no es real. El vernos ajenos a nosotros parece dotar de realismo a nuestras ensoñaciones, y de hecho suelen recordarse más, durante más tiempo y vinculadas a procesos en los que estamos inmersos en nuestra vida real no soñada.
Luego estaban los recuerdos sobre el soñar en blanco y negro o en color; o si había primeros planos en nuestras ensoñaciones o todo era un inmenso plano general. Y soñaban, me decían muchos, en blanco y negro. Tengo mis dudas de que ahora en aquellas clases y con las nuevas generaciones alguien contestara lo mismo. Mis estudiantes de entonces habían visto mucho cine en blanco y negro. No estoy seguro de que lo hagan los que tuviera ahora. Y probablemente carecieran (y es una suposición sobre una suposición) de esa experiencia tan vívida de aquel cine. Y sencillamente no esté en su memoria… ni en sus sueños.
Y en nuestras narraciones oníricas hay todo tipo de planos: primeros planos, planos generales, planos medios… aquello es una auténtica película. Estas y otras consideraciones, nada científicas ni apodícticamente deducibles, nos ayudaban a considerar que soñábamos con imágenes de cine y abrían el curso a una incógnita enormemente interesante ¿con qué imágenes soñaba la gente antes de que existiera el cine? Desde luego no se resolvía en la asignatura, pero avivaba el seso de mis estudiantes y el mío.
