Toda inauguración de un tramo carretero supone un motivo de satisfacción para los ciudadanos. Y más cuando se trata de una infraestructura tan largamente esperada y que se unía a la lista de los déficits históricos de una ciudad Patrimonio de la Humanidad. Aunque se trataba de poco más de 15,5 kilómetros, ha sido una obra compleja; solo hace falta deparar en los tres viaductos que salvan los desniveles, los cuatro enlaces y los cuatro pasos superiores. La nueva autovía de circunvalación mejora la conexión con todas las vías principales que hacen de la ciudad parte de un eje carretero que partiendo del centro del país o teniendo el centro como destino concluyen con el paso obligado por el entorno de Segovia, pero también, y no es menos importante, mejora la movilidad de los muchos segovianos que cada día utilizan la autovía para sus desplazamientos laborales o comerciales. Han sido estos, cuatro años de inconvenientes que vistos en perspectiva quedan atrás por los beneficios que la nueva carretera de doble vía proporcionará a partir de hoy. Por supuesto, no olvidamos el plus de seguridad que subyace a toda obra de estas características, y más en un país en el que la lacra de los accidentes de tráfico todavía resalta en las estadísticas oficiales de manera considerable.
Pero la satisfacción de la inauguración de la circunvalación de Segovia no oculta los déficits de comunicación por carretera que todavía existen en otras partes de la provincia, e incluso en la propia ciudad. Entre ellos destaca la variante de San Rafael, que tiene visos de convertirse en uno de esos proyectos de largo recorrido a los que parece abocada Segovia. Asimismo, es de urgente programación la mejora de la conexión con el edificio CIDE y con la estación del AVE, que no hace honor a la importancia de tales destinos. También se contabilizan, dentro de estas obras a realizar en el futuro, la mejora de la carretera de Villacastín, que unirá la ciudad con el recuperado Valle de Tejadilla, esta de titularidad regional. Son proyectos que hay que recordar cada tiempo, incluso en un día de inauguraciones, para que no se eternicen en su realización.