No son buenas horas para Pedro Sánchez en Europa. Y si no lo son para el presidente del Gobierno tampoco lo son para España. Comenzó el vía crucis con el frustrado nombramiento de la ministra Calviño como presidenta del Eurogrupo, y ha seguido con la primera de su ronda de visitas, al recalar en Holanda. Ni siquiera que consiga el apoyo de la canciller Angela Merkel –que, después de la reunión de ayer, está por ver- parece que diluirá las sombras que se ciernen sobre la propuesta de la Comisión Europea, no solo en lo que se refiere a la cantidad de los fondos, sino también a su naturaleza -o préstamos o transferencias sin obligación de retorno- y a la condicionalidad de estos.
Si cuatro países como Alemania, Francia, Italia y España no son capaces de sacar adelante un proyecto que ha sido lanzado por la Comisión y ha contado con el visto bueno del Consejo es que hay un problema que resolver previamente en el propio diseño de Europa. Que el primer ministro holandés diga, o deje entrever, o se le malentienda, que España “tiene que buscar una solución interna” demuestra una idea egoísta y distorsionada del proyecto europeo que seguramente no anidaba en la mente de los creadores de la Unión. Si no fuera por el euro, y por formar parte de la UE, el superávit en la balanza de pagos de Holanda le llevaría directamente a una revaluación de la moneda. Si no mediara un consentimiento del resto de los países, Irlanda, Holanda y Luxemburgo no podrían mantener unas políticas que animan al “dumping” fiscal. Las pérdidas para España de esta red de artimañas tributarias supusieron a lo largo del 2018 unos 3.250 millones.
Solo en Holanda se ubican 119 filiales de empresas que cotizan en el Ibex-35. Obviamente, buscan las ventajas fiscales que allí se les ofrece.
Nos guste más o menos, es lo que hay hasta que alguien no esté dispuesto a cambiar el estado de las cosas. Mientras tanto, bien le iría al presidente del Gobierno español ir pensando en las reformas que se le va a exigir. Y que se resumen en tres: plan de austeridad y de rebaja del déficit público a medio plazo, reforma del sistema de pensiones y una mayor flexibilidad y adaptación de la normativa laboral a la nueva economía. ¿Cómo casa esto con los principios de un ejecutivo como el actual? Pues parece que mal, a no ser que cual el hombre plastilina sea capaz de contorsiones inverosímiles con tal de acomodarse al signo de los tiempos. Zapatero lo hizo.