Una cabezada furtiva frente al televisor durante las noticias. Un entrevistado defendiendo las estrategias paranoicas de un político fetichista inmerso en una sobreactuada trama de justificación paternalista. Deméritos tejemanejes por los bancos de Suiza. El anuncio de una nueva Ley de Memoria Histórica. La evidencia de un clima generalizado de estulticia mientras autoproclamados “antifascistas”, atribuyen a Cervantes o el mismísimo Fray Junípero Serra, los males de la humanidad y el origen de todas las injusticias. Un comunicado absurdo desde China, señalando a España como el foco de la pandemia mientras Torra, un irredento supremacista, acusa en esa misma línea, a todos los madrileños del contagio por Lérida de casi media provincia… Puestos a ejecutar ejercicios de imaginación desmesurada en plena digestión pesada y a meterlo todo en la misma coctelera de la semiinconsciencia, percibo desde el arrullo televisivo de la hora de la siesta, ciertos paralelismos entre la desacreditada España de los siglos XIX, parte del XX y los actuales tiempos de decadencia…
Salvo algunas personalidades y aportes excepcionales, el protagonismo y los desatinos históricos son y han sido, patrimonio del poder de una peculiar élite política, con el aderezo puntual del nacionalismo, capaz de convertir cualquier hemiciclo en una frenética jaula de grillos. Una clase política impotente a la hora de mitigar o contrarrestar, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, la existencia de una tendencia revisionista peligrosa y un permanente acoso y derribo contra todo vestigio de españolismo. Unas élites, por decirlo de alguna manera, incapaces de ponerse de acuerdo a la hora de enfrentarse a los momentos más críticos y siempre dependientes del extremismo recurrente de la unilateralidad, para imponer así sus respectivas propuestas sobre las cuestiones más estratégicas y de paso, destruir “los pocos puentes” de cualquier escena de consenso político.
Está claro, que seguimos pagando las consecuencias de una vocación guerra civilista que llevamos concretando de manera intermitente, hasta que ha quedado patente en nuestro propio ADN. Tampoco debería sorprendernos, la falta de alegatos firmes o por lo menos críticos, con muchas de las corrientes culturales, sociales y políticas que por todo occidente han recogido ese testigo autodestructivo y que se ejecutan, al menos desde España, con la colaboración inestimable, de no pocas instituciones y también de muchos españolitos. En conjunto, todos ellos asumen las mismas tesis que están materializando la demolición de los antiguos símbolos y no dudan en sumarse a quienes han detectado en el legado hispánico un blanco fácil y como tal, uno de sus principales objetivos. A la mínima oportunidad, ya no dudamos en mostrar que somos nuestro propio enemigo o por lo menos, esa es la imagen que transmitimos y que evidencia, lo poco que hemos cambiado desde aquel periodo entre siglos. No todo es la sibilina acción externa de la distorsión histórica, ni toda la culpa la tiene “el gringo”. No todo el problema consiste en que se emitan juicios del pasado a través del prisma moral del presente, ni consuela saber que ingleses, belgas, holandeses o estadounidenses entre otros, hayan podido ser mucho peores, porque siempre han estado mejor vistos por este intencionado revisionismo… lo que viene a definir (insisto), cual es el grado de estulticia de muchos de nuestros críticos. Tampoco sirve de nada flagelarse o recurrir al bochorno del victimismo, por el chasco de haber vendido la piel del oso antes de que lo cazase Calviño, cuando los primeros y mayores responsables en permitir y alimentar todo ese desprestigio, hemos sido y seremos, nosotros mismos. Los mismos que a la hora de la siesta, seguimos el discurso de quienes en la quietud de la sobremesa, imaginan medio dormidos que Occidente está sufriendo el karma merecido de la inestabilidad social y descrédito político de haber sembrado y practicado la doble moral durante siglos. Los que sumidos en una amalgama de realidad y proceso onírico, fantasean con que “este” es un momento propicio para revertir nuestros designios en una coyuntura que nos devuelva el liderazgo y el protagonismo que desde hace décadas nos ha venido siendo sustraído. Lo que… por cierto, podría tener mucho sentido, si tenemos en cuenta que en la actualidad, no hay nadie que sepa tanto de fracturas internas, sociedades inmersas en conflicto y revisionismo radical, que nosotros mismos. No hay nadie como nosotros, para guiar al pelotón por el camino del precipicio y a la vez, nadie que posea unos líderes capaces de pavonearse tanto luciendo el maillot amarillo y que además, tengan tan altísimo concepto de sí mismos… en definitiva, nadie mejor que nosotros, para liderar un proyecto global de marcado carácter autodestructivo. Llevamos preparando este Tour casi dos siglos.
