En los últimos días, a raíz del asesinato de George Floyd en Estados Unidos, hemos leído en la prensa varias declaraciones desde el entorno de la cultura que provocan inquietud a los que creemos que la ficción y la cultura en general no deben someterse a modas sociales o a limitaciones en la forma de ser expresadas.
La gran protagonista ha sido la plataforma HBO, que durante unos días ha retirado de su oferta ‘Lo que el viento se llevó’ para añadir un rótulo al comienzo en el que se contextualice la película para entender por qué existieron los esclavos y el trato vejatorio que se les dio. A HBO igualmente la atacaron hace meses por producir un documental sobre Jesús Gil, con razonamientos como ‘¿por qué no lo hacen sobre alguien que haya hecho cosas buenas por la sociedad?’ o ‘están blanqueando su figura’ solo porque se contaba una realidad que no se puede redibujar por mucho que se pretenda: en aquellos años Gil gozaba de popularidad y del beneplácito de un sector amplio de la sociedad y de los medios. ¿Por qué? Era otro contexto. Esta corriente buenista quiere arrinconar todo lo que no fue ejemplar, pero no habrá mejor manera de explicar la corrupción sistemática que hubo en España y su aceptación social que a través del expresidente del Atlético de Madrid.
Revisar una película antigua con las normas de la actualidad o añadirle un cartel explicativo busca tratar al espectador como si fuera tonto, o peor aún, moldearlo al gusto y convertir la historia en lo que nos gustaría que hubiera ocurrido, no en lo que de verdad pasó. ¿Cómo vamos a aprender de lo que sucedió si se omite o se le desprende del contexto en el que tuvo lugar? Los revisionistas quizás pasarían por el Museo del Prado e irían poniendo parches a los cuadros de hace siglos que considerasen que en este 2020 no tienen cabida moral.
Los autores/as no están representados por sus personajes. ¿Se imaginan que pensáramos que Stephen King es un asesino por lo que hemos leído en sus libros? En ese caso no hay duda y se interpreta como ficción, pero cuando a esta se le une la historia cambia el chip y al creador se le imputan los delitos y las faltas de sus protagonistas si se considera que no está contando los hechos como desean los espectadores.
Juzgar con la óptica actual representaciones artísticas creadas hace años, décadas o siglos, se le ocurre a quien le interesa más quedarse en el propio pasado, en el que ni siquiera vivió, que entender que la historia representada en el arte no es más que un conjunto de hechos que tienen que llevarnos a evolucionar y a no repetir errores e injusticias. Ese arte es el reflejo de una época concreta, no un predictor del futuro. Borrar la parte más controvertida de la cultura, esa que también nos ayuda a comprender la historia, es negar que hay que dedicarle tiempo a personajes siniestros, hechos crueles, criminales, gente sin ética… con los que jamás estaremos de acuerdo pero que esconden muchas respuestas, y sacarlos de la ecuación con ‘carácter retroactivo’ y crear solo contenido a partir del relato de las víctimas es injusto también para ellas.
