Mientras intentaba ponerme por delante de dos venerables ancianas que caminaban, lentas para mi ritmo, me resultó inevitable escuchar lo que una le decía a la otra: “yo hablo todos los días con ellos por videoconferencia”. Ambas gastaban bastón y un andar un tanto vacilante aunque no inseguro. Tendrían, tendrán, los ochenta bien cumplidos, calculé mientras las adelantaba.
Verdaderamente nadie puede presumir de moderno, o de utilizar nuevas tecnologías en el teletrabajo, si una ochentañera lo tiene incorporado a su rutina familiar para charlar con hijos y nietas. Las nuevas tecnologías ya no son tan nuevas. Ya no constituyen un indicador de progreso. En esto hay que reconocer que la pandemia que se nos ha instalado nos ha hecho dar un salto tecnológico mental de primer orden.
Desde luego el cariño de una abuela ha producido un efecto de gran trascendencia: ha dejado sin argumentos a muchos profesionales bien instalados que se resisten a salir de sus rutinas. Todos aquellos abogados, médicos, empleados de banca, funcionarios de las diversas entidades estatales, autonómicas y locales… y profesores, especialmente los universitarios, que dejaron que la innovación tecnológica del entretenimiento familiar quedara en manos de sus hijos; aquellos que cedieron el cetro del mando a distancia a la siguiente generación, se han quedado sin argumentos para defender su cerril posición en la trinchera de los analógicos.
El lugar común en que se han centrado estas cuestiones a lo largo de los últimos tres meses ha sido la capacidad de teletrabajar de las diversas profesiones. Más aún: si las empresas que les dan trabajo podrán organizarse para ello. Es patente que cortar el césped exige presencialidad con más o menos apoyo tecnológico. Lo que está debajo es si habrá jardines en las empresas. Si un gran tamaño en número de empleados exigirá muchos metros cuadrados concentrados y extendidos en un edificio.
El asunto es importante porque la implantación del teletrabajo exigirá cambios en las personas y cambios en las organizaciones. Las personas habrán de asumir una formación y unas habilidades digitales básicas, aunque lo fundamental será, como siempre, su inteligencia y su formación para tomar las decisiones que se requieran en su puesto. Y esas competencias digitales de las que tanto se habla se verá que no son para tanto: algo así como dejarse de perezas tontas y ponerse a aprender cómo funcionan los mandos a distancia de la casa. Es claro que siempre habrá gente más hábil en ello y que sabrá sacar mejor rendimiento a estos instrumentos. También es verdad que normalmente estos últimos serán más jóvenes. Pero no hay que olvidar que todos envejecemos, incluso los jóvenes.
Se habla de que las nuevas empresas estarán libres de algunas inversiones de establecimiento inmobiliario. Al menos no pesará tanto esta partida, dicen. No estoy tan seguro; porque los lugares importan más que las superficies y el prestigio lo da más el lugar en que estás, que los metros cuadrados de los que dispongas. Y los precios los marcan más los primeros que los segundos. En cualquier caso estará mejor quien tenga más versatilidad: antes y ahora y mañana. Mejor si alquilaste en vez de comprar tu edificio.
Lo importante para mí es que cambiarán necesariamente los lugares de trabajo: serán los hogares. Pero este fervor por el teletrabajo olvida una cuestión de gran importancia: no se puede desarrollar cualquier tipo de trabajo en cualquier sitio. Es sencillamente mentira que baste con una conexión y un terminal conectado. Las empresas habrán de atender a los lugares de trabajo: querrán probablemente asegurar un mínimo de condiciones. Desde luego de seguridad para los datos que se manejen; pero también de acceso a potenciales intrusos. Y nos encontraremos con que la vivienda formará parte del currículo. Se valorará la seguridad, la higiene, la comodidad, la capacidad de independencia… En fin: habrá que tener un despacho en casa para poder teletrabajar. Quizá dos si son dos los empleados que conviven.
El COVID nos ha colocado delante una obligación ineludible que estábamos retrasando: la puesta en marcha de las competencias digitales en un mundo que es digital desde hace años. La incertidumbre de los próximos meses juega a favor de dar ese salto que parece cada vez más obligatorio en casi todos los ámbitos de la actividad; porque ya no se podrá vivir al margen de él: sea uno digital o sea uno analógico.
