La incidencia que tiene la confianza en el desarrollo económico me ha llevado a afirmar en más de una ocasión que la economía era un estado anímico. Lo sigo manteniendo. Mañana, Segovia pasa a la segunda fase de la desescalada. Recorriendo estos días sus calles me he alegrado de que se esté animando progresivamente el consumo pero sin bajar la guardia en las medidas de seguridad personal. La seguridad es el segundo elemento de una dupla –el primero, quedó dicho, es la confianza-, básica para que el dinero se ponga en circulación y obre el milagro de la multiplicación monetaria.
Durante un tiempo más largo que el deseado la economía ha sufrido un parón: ha constituido un shock en la oferta con innegable repercusión en la demanda. Ahora que la oferta vuelve a reactivarse es indispensable que sea acompañada por el consumo. Es muy probable que después de días de enclaustramiento en casa advirtamos que es necesario cambiar el sofá o que un electrodoméstico no funciona como creíamos, cuando la celeridad de la vida cotidiana nos impedía deparar en ellos. O que cambiemos el programa de un viaje al exterior por un desplazamiento interior y algunas noches más de las habituales de picoteo en los bares de nuestro entorno. Será buena señal. Una crisis económica coyuntural, como es la actual, no tiene por qué llevar “necesariamente” a una crisis económica estructural. Pero puede derivar en ella. La demanda interna –el consumo de las familias- puede reactivar por un tiempo subsectores deprimidos, como el comercio y el turismo, pero a medio plazo se hace imprescindible la consolidación de las estructuras macroeconómicas de un país. El primer paso está dado: la provisión de liquidez por parte del Banco Central Europeo y los programas de recuperación de la Unión Europea, y, a escala más modesta, mucho más modesta de lo que nos gustaría, del Gobierno español. Ello permitirá, si se gestiona bien, la estabilidad financiera y económica en el corto plazo. Es acertado que no se impongan unos condicionantes extremos por los prestamistas. La experiencia de los rescates del Fondo Monetario Internacional en los países latinoamericanos practicados en los años 90 bajo los principios del “Consenso de Washington”, o la realizada con Grecia a principios de la década pasada, lo único que han producido es una desindustrialización progresiva y un aumento de la desigualdad al reducirse servicios y prestaciones públicos. Y por ende, el crecimiento del populismo.
Gracias a la existencia de la UE y de la moneda única el ciclo ya no es el de antes; en el pasado, la crisis comenzaba con una devaluación de la moneda para compensar el déficit de la balanza de pagos y concluía con un ajuste monetario para evitar la hiperinflación subsiguiente. Ahora hablamos de superar las tendencias deflacionarias inyectando liquidez al sistema e incentivando su circulación mediante el consumo. Pero a medio plazo sigue siendo importante la generación de cadenas de valor y su proyección en las exportaciones de bienes y servicios. Por eso es buena nueva el aumento de las exportaciones segovianas que el otro día anunció el presidente de la Cámara de Comercio, Pedro Palomo. Los pasos siguientes tienen que ser el fortalecimiento de nuestro sector industrial a nivel nacional y el equilibrio de nuestros ratios, en especial el déficit estructural, una vez que se relaje la necesaria intervención del sector público en la economía. Como dice el profesor Miguel Sebastián, las medidas de política fiscal tienen ser anticíclicas, nunca procíclicas. Que quiere decir que se debe permitir el endeudamiento en los momentos malos del ciclo y constreñirlo y emprender los ajustes en época de bonanza. Solo que la memoria política es débil. Y a veces la voluntad escasea.
