Les apuesto lo que quieran que en las próximas semanas va a subir como la espuma la vocación de analista económico que intenta explicar una realidad compleja. El pistoletazo de salida lo han dado las cifras sobre la afiliación a la Seguridad Social. Para algunos el paro sigue en caída libre, y lo demuestran los 760.000 parados que los efectos del virus han ocasionado desde el 12 de marzo. Para otros, en cambio, los datos de mayo evidencian la incorporación a la actividad de medio millón de empleados en ERTE, en donde siguen casi tres millones de trabajadores. La botella medio vacía o medio llena. Déjenme que ponga mi granito de arena en los análisis: España vuelve a la senda de la generación de empleo en mayo, pero sigue siendo inferior al de la destrucción. Además, la cosa va por barrios: unos sectores, como la construcción, están recuperando empleo con fuerza; a otros, como el turismo, aún les queda un trecho. No es de extrañar en esta coyuntura que Segovia lidere el crecimiento de las cifras de paro en Castilla y León, con el agravante de la caída también de los afiliados a la Seguridad Social en un 0,46%. Es el peso del sector servicios en el PIB de la provincia. La única buena noticia es que en el sector industrial el repunte del paro es casi nulo. Y seguimos incidiendo: las características de nuestra estructura económica explican estos números. España tiene un índice de temporalidad de los más altos de los países desarrollados —y muy por encima de la media europea— lo que supone que con igual rapidez el empleo se crea que se destruye. Pocos países pueden presentar la cifra de 25 millones de contratos —algunos de ellos de fines de semana— que se firman y se resuelven de manera anual. Los ERTE paralizaron la sangría de despidos en contratos temporales de larga duración o de naturaleza indefinida, pero no han podido impedir que decayeran los temporales de corta duración que no han sido renovados ni se han vuelto, por el momento, a contratar.
Es de esperar que el sector servicios experimente una recuperación conforme se vaya produciendo una desescalada, que en el caso de nuestra provincia será partir del mes de julio, aunque, lo avisamos, los datos generales de la recesión del segundo trimestre van a ser muy malos, con una caída del PIB en el segundo trimestre cercano al 30%. ¿Está todo perdido? No necesariamente. Estas cifras tan llamativas señalan que en España el confinamiento, aunque se hizo tarde, ha sido prolongado y severo, lo que se demuestra el shock tan tremendo en la oferta. Ahora hace falta que la demanda interna se reactive y sirva de motor de la recuperación. Los ERTE —cuyo coste a las arcas del Estado desde que el RDL8/2020 los reguló ha ascendido a cerca de 16.000 euros— han permitido el mantenimiento de cierta demanda. Ha tenido todos los defectos que se quiera esta figura pero es dinero público que ha pasado o pasará al bolsillo del ciudadano. Igual que el Ingreso Mínimo Vital. Soy de quienes no se muestran pesimistas con respecto a la recuperación en el 2021. Pero para ello son necesarias una condiciones precisas: que siga el gasto público incentivando la economía en toda Europa, que el Banco Central Europeo y la propia Unión Europea no hagan del déficit público de los países un problema de deuda soberana y que el consumo de familias se desarrolle sin miedo: ni a los rebrotes ni a un negro futuro económico. Solo así volverá la V, aunque el segundo vértice se haga el remolón en el tiempo y no termine de apuntar al cielo. Será necesario también que la alegría pospandémica no oculte que después habrá que atacar el déficit estructural de una puñetera vez. Pero en eso soy más pesimista.
