En ocasiones, los conceptos generales o las soluciones axiomáticas, aun siendo necesarios, pueden rechinar en determinados oídos con los pies bien asentados en el suelo. Es el riesgo que corremos quienes escribimos en un periódico y debemos.
analizar cuando no opinar sobre una coyuntura económica tan sumamente compleja como es esta. Y hacerlo en pocas líneas. Decir que el futuro está en la economía verde o en la digitalización puede poseer una gran dosis de racionalidad, pero expresado así, sin más, le sonará a chino al trabajador de hostelería en paro que busca con ahínco como salir de esta. Afirmar que todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna o a un salario mínimo vital es una formulación difícilmente rebatible por poca empatía que se tenga. El problema es cuadrar después el presupuesto y gestionar con lógica y cautela para no hipotecar el futuro, que es aquello que acontece cuando ya no nos acordamos del pasado.
En economía, la realidad tiene un grado de complejidad que escapa de formulaciones maximalistas; y en ocasiones la necesidad social impide reflexiones serenas. Tengo que reconocer que me sorprendió la sesión del jueves en la llamada Comisión para la Reconstrucción Social y Económica. No me refiero al interés de algunos representantes en llevar el vocerío al interior de las instituciones (por cierto, qué distinta esta Comisión a la de Italia: comparen su composición y escenario), sino a las distintas intervenciones de Pablo Iglesias, reclamando la nacionalización como una de las soluciones a la deslocalización y un impuesto para grandes fortunas, y la de Nadie Calviño, recomendando luchar contra el fraude fiscal y la economía sumergida y abogando por un sistema tributario en el que prime sobre todo la progresividad. Dicho así no entendería mi sorpresa un recién llegado a la realidad nacional. La cosa seguramente cambiaría cuando supiera que mantenían dichas tesis opuestas dos vicepresidentes de un mismo Gobierno. Jano redivivo.
El concepto general emitido por Iglesias –recuerden lo expresado al principio de este artículo- rápidamente fue adoptado por los trabajadores de Nissan Motor Ibérica de Barcelona, que pedían que el Gobierno la nacionalizara. Nacionalizar, está bien, pero nacionalizar, ¿qué? ¿La factoría de Barcelona sin el “know how” de la marca? ¿Nacionalizar Nissan y de camino Renault? Es el peligro de lanzar una formulación sin plantearse las consecuencias. Quien esto escribe no está en contra de la inyección de capital público a las empresas. Ni cree que la empresa pública sea por definición menos eficiente que la privada. Gestiono y he gestionado mercantiles “nacionalizadas”. Bankia fue nacionalizada. El Gobierno alemán ha inyectado 9.000 millones de euros en Lufthansa y el Estado francés mantiene un 15% en Renault, y eso la va a salvar de la quema. Lo que es más difícil de asumir son soluciones sacadas de una chistera sin el más mínimo análisis coste-beneficio y por apriorismo ideológico o interés político.
El cierre de Nissan tiene relevancia por su incidencia y por su ejemplo. España tiene un déficit de I+D+I en el sector del automóvil que hay que corregir. Pero una tapa de tortilla deconstruida también es innovación. Lo importante es que se genere una cadena de valor que sea competitiva, igual para exportar que para atraer consumidores foráneos –que es lo mismo-. En el automóvil, en la industria farmacéutica o en el turismo. La productividad y la competitividad de un país son la de sus empresas agregadas de todos los sectores: grandes y pymes. Y para eso se necesitan dos herramientas: liquidez y capital humano. Y si consideran que son meras formulaciones generales, pido excusa.
