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Ángel Galindo García – El rollito ideológico en la pandemia

por Redacción
17 de mayo de 2020
en Opinion, Tribuna
ANGEL GALINDO 1
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Uno de los esfuerzos típicos de las ideologías españolas consiste en redactar e imponer relatos de historia pandémica que se convierten en norma obligatoria para todos. Esto ocurre cuando un gobernante ideológico dicta que la historia debería avalar ciertos planteamientos y oponerse a otros. Desde luego, el ideólogo, al igual que los dioses griegos, establecerá qué planteamientos serían correctos según su interés y cuáles no.

Por eso, a medida que se han incrementado las semanas de confinamiento, ha aumentado el número de fallecidos y crece la creatividad en comunicación y propaganda. Hemos estado pendientes de las estadísticas y preocupados por la evolución del número de muertos, afectados y recuperados. Pero nos han ocultado el dolor de los sufrientes, enfermos y familiares.

Han movido nuestras conciencias para que nos preocupáramos de las declaraciones de los portavoces políticos para que reconociéramos sus datos “oficiales” pero no “reales”. Han reconocido que su información es peinada, filtrada y maquillada por unas agencias de comunicación donde no están claras las fronteras entre propaganda y verdad.

Como esta preocupación por la verdad es amarga, dolorosa y genera tensión emocional, los responsables de comunicación y propaganda están haciendo de la necesidad virtud. Se han convertido en los nuevos hechiceros y terapeutas sociales y están consiguiendo que gran parte de la opinión pública se sitúe de manera indolora e incluso con aplausos ante la implacable presencia cotidiana de la muerte.

Los muertos son simples cifras, números, estadísticas y algoritmos cibernéticos. La noticia no está en el rostro o la historia personal de quienes han muerto, sino en los recuperados. No es proporcional el tiempo informativo que dedican las agencias a quienes singularmente se han recuperado en comparación con quienes gregariamente fallecen a diario: recordamos uno y olvidamos cien, vemos a los políticos e ideólogos pero no vemos los féretros ni las familias de los muertos.

Aliada con una intencionalidad sofísticada, esta voluntad terapéutica corre el peligro de adormecer la conciencia cívica más elemental y en lugar de promover una ciudadanía despierta, promueve una mansa ciudadanía de gregarios y dóciles consumidores. El camino para el autoritarismo y el despotismo democrático está trazado.

Como recuerdan en alguna campaña que entrevista a varios niños: “no nos va tan mal el confinamiento”: Nunca habíamos estado tanto tiempo en pijama, con chándal, viendo series y cocinando. La harina y la levadura son los productos más buscados en el supermercado. Los tintes de pelo, los auriculares con micro, las cintas de correr y las bicicletas “indoor” lideran las compras por internet. Las televisiones se adaptan para tediosos informativos gubernamentales y se transforman en engolosinados canales de “casa y cocina”.

En lugar de afrontar el duelo y la gravedad de la situación de una manera realista y sincera, estamos asistiendo a una dulcificación de la catástrofe, a una banalización del dolor y el sufrimiento, a una invisibilización de la muerte de nuestros mayores en las residencias. De esta forma, no sólo nos acostumbramos a vivir con la mentira sino dentro de ella, como si estuviéramos confinados por la pandemia del buen rollito. Y, como los grandes magnates, al final celebrarán un funeral por todo lo alto.

Cuando se actúa así, el oficio del observador e historiador queda reducido al de un servidor de los gobernantes totalitarios, algunos de ellos vestidos de demócratas porque a través de los votos dominan parlamentos y órganos de poder. Lo que resulta claramente incorrecto es imponer la perspectiva de unos contra la de otros, e impedir cualquier esfuerzo por reconocer los aciertos y los errores que puedan encontrarse en tendencias diferentes.

Por eso, la gente necesita reconocer el gran daño que los ideólogos provocan si llegan a silenciar historias contrarias a sus intereses y si buscan imponer con el apoyo de leyes represivas sus propios puntos de vista. De esta manera han actuado aquellos que han caído en un grave error: olvidar la justicia como criterio básico de la vida social.

Solo con personas amantes de la justicia será posible no solo denunciar a los ideólogos tecnócratas en sus proyectos impositivos, sino promover un sano pluralismo a la hora de estudiar y comprender el presente y el pasado, con sus luces y sus sombras, con sus grandezas y sus miserias.

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