No es de ahora. Por más que el virus lo haya puesto en cuarentena, el fútbol continúa en la cresta informativa, pase lo que pase; suceda lo que suceda. Se ganó el puesto que ostenta apostando fuerte, pagando alto, vendiendo caras, muy caras, sus imágenes y relegando a planos inferiores sucesivos a la gran mayoría de otras actividades deportivas. Muy pocas son las sociedades, fundamentalmente deportivas, que pueden competir en esa misma órbita. Quizás ninguna.
Ahora, con la pandemia a nuestro alrededor, solo el virus pudo poner bufanda a la actividad. Más, fue simplemente abrir un poco la ventana, para que la voz del fútbol se dejara escuchar. Declarado el confinamiento, cuando no se podía mover ni una mosca -solo estaba “autorizado” el virus con su mala leche-, los clubes lanzaron llamadas de auxilio: “Si no tenemos ingresos vamos a la ruina”. Piden, “lloran” y encuentran:
-Los jugadores se rebajan su sueldo.
-Se acogen a los ERTE para no tener que pagar todo el sueldo a los ‘otros’ trabajadores del club.
Todo legal. Ni un solo pero. Las críticas –muy pocas-, se debaten con sordina. Es el fútbol. Aquel que se nació a finales del XIX; que creció, -y de qué manera-, con los años. El mismo que a principios del XX creo su particular organismo internacional (la FIFA), que desde 1930 ofrece al mundo su campeonato, evento deportivo con mayor audiencia y que practican –así, como suena-, más de 270 millones de personas en todo el planeta, pisa fuerte en cualquier situación.
Tan potente es su oferta que, pese a lo mal que gran parte de la sociedad lo está pasando mal, el fútbol consigue concertar polémica y con sus planteamientos consigue acallar otros temas que rodean y atacan a la sociedad.
En España, y a lo largo de muchos años, se dijo que el fútbol era el opio del pueblo. El que servía a los que gobernaban –o así-, como tapadera de decisiones injustas.
P.D. Pregunta mi amigo Manolo: “¿Solo entonces?”.
Le contesto: “Tú mismo”.
