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Miguel Velasco – La desolación tras el virus conducirá a muchas familias hacia la tierra prometida

por Redacción
12 de mayo de 2020
en Opinion, Tribuna
MIGUEL VELASCO 1
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A medida que se va viendo la verdadera dimensión de la tragedia que está suponiendo para España (también para otros países supongo) aparecen más que resentidos los tres pilares básicos en los que a mi juicio se focalizan las consecuencias de la devastadora pandemia: el político (por lo que tiene de censura —y por tanto de debilidad del Gobierno— por la no poca irresponsabilidad sobre su más que cuestionada actuación y de reacción insuficiente y a destiempo debido a su prepotencia, su incompetencia y su improvisación; el económico (con la voladura de todos los índices que sostienen las estructuras de funcionamiento del Estado; y el social (con la destrucción prácticamente absoluta del tejido productivo con la quiebra y desaparición de miles de pequeñas y medianas empresas y el éxodo de miles de trabajadores al paro o al desempleo más lacerante que, evidentemente, desembocará en el empobrecimiento familiar y en situaciones de vértigo para la subsistencia. Como ejemplo seria oportuno hacer referencia al impacto del Estudio Económico y laboral sobre los hogares presentado por el Área de Familias y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid en el que refleja que uno de cada cinco hogares con menores ha visto como se reducían sus ingresos —en el mejor de los casos— un 50% tras detectarse el estado de alarma. O el de la ONG (Ingenieros sin fronteras) reflejando los apuros de hogares sin ingresos para pagar sus gastos básicos como la energía, con severos efectos en la infancia y en la adolescencia con mayor riesgo de enfermedades respiratorias, fracaso escolar y stress. Y en ese horizonte se otearía poco menos que la quiebra del Estado y la necesidad urgente de un rescate europeo con todo lo que conlleva una situación semejante.

Es, pues, evidente que se avecinan cambios tan brutales que no se si llegarán a constituir lo que muchos pesimistas intuyen como una radical transformación de la sociedad y la convivencia. Lo que sí parece claro es que asistimos a unos cambios tan profundos del rumbo de la historia como sucede cada ciertos siglos por los que habremos de convertirnos en un hombre nuevo. Y en la asunción de una calidad de vida bien distinta a la que estábamos disfrutando.

En esa transformación de la sociedad no es menos cierto que se camina hacia situaciones familiares bien diferenciadas en las que, a juzgar por esos cuatro millones largos de parados, aflorarán estados de vulnerabilidad y pobreza parecidos al marco que presentaban la hambruna y el recorte de libertades de la posguerra. Recuérdese —no tan lejanamente— la alegría con que planteaba el desenvolvimiento diario familiar que, en muchos casos atraídas por el señuelo y la fascinación de las capitales, abandonaron el medio rural con la mayor indiferencia para lograr un status social si más competitivo también más halagador. De ahí vinieron grandes fastos como el coche , los veraneos familiares (incluso con apartamento en la costa) o el piso en propiedad, aunque fuera a costa de préstamos e hipotecas, que ya se irían pagando. Y, en muchas ocasiones, aún están verdes. Ese fue el principio de la ‘España vaciada’. Los pueblos quedaron desiertos y el mundo rural se paró de repente. Claro no todo fue achacable a sus habitantes. También tuvo su culpa en ese despoblamiento el que cada vez fueran menos los servicios que el Estado ofrecía a quienes se quedaban: falta de escuelas, farmacias, centros de salud o una sanidad mínima como es el médico y una enfermera, transporte, civilización de ocio, el comercio de siempre, que desaparecía, etc. y que el emigrante soñaba con encontrar en las ciudades. Cosa que en la mayoría no fue así. Y hubieron de padecer situaciones impensadas.

Pero ocurre que ahora, a la vista de la situación que se plantea esa nueva forma de vida es muy posible que muchas de esas familias que un dia lo abandonaron, piensen en retornar nuevamente al medio rural para establecer allí unos nuevos medios de vida lejos de un nivel que ahora ha volado por los aires dinamitado por el virus. Para ello, naturalmente, el Gobierno, las Comunidades Autónomas, las Diputaciones o los Ayuntamientos estarían obligados a diseñar programas de reinserción social en los que igualmente estarían implicadas todas esas asociaciones o federaciones relacionadas con el campo como Codinse, Mujeres Rurales, Tierra de Pinares,etc.— es decir se haría necesario ‘llenar’ de nuevo los pueblos dotándoles de servicios y vías de acceso a la reincorporación hacia esos nuevos estados sociales. Esas familias vulnerables recuperarían así esas pequeñas casas de los abuelos o los padres para convertirlas en su residencia habitual bien distinta. Y se recuperarían las actividades rurales con la reversión que la mano de obra puede hacer llegar a la producción perdida. Y se volvería con ganas para atajar ese despoblamiento del mundo rural, siempre que los gobiernos muestren su intención de acabar con los desequilibrios que le vaciaron. Es decir que con esos nuevos cauces de supervivencia podría restablecerse no sólo el desequilibrio formal de la convivencia, sino reverdecer el sentimiento de solidaridad de los ciudadanos para con los recién retornados, dándoles con ello la estabilidad emocional que perdieron a consecuencia de una pandemia producida por un virus de importación que tanto daño nos ha hecho.

Es, por tanto, el medio rural, la tierra prometida, una importante baza a jugar por familias en precaria situación para recobrar su estabilidad, olvidando su frustración. Y una forma también de que nuestros pueblos puedan retomar el pulso que un día perdieron por culpa de atención y fe suficiente: en sus recursos y en la fascinación de otro tipo de convivencia. ¿Será ese el futuro?

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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