Entre las muchas reflexiones que leo estos días sobre el impacto que tendrá en el mundo esta infección, una que me ha parecido razonable es que el virus chino acelerará algunas de las tendencias ya existentes: Si China le estaba ganando el terreno en el liderazgo mundial a Estados Unidos, esta crisis, acelerará esa tendencia.
Si trasladamos ese supuesto de aceleración de tendencias al estado de las libertades en el mundo, llegaríamos a la conclusión de que parece que el coronavirus pueda suponer una involución en derechos a las democracias liberales, ya iniciado hace unos años.
Pero, para evitar gesticulaciones ante situaciones ciertamente confusas y novedosas convendría preguntarse ¿Cómo es posible que un país democrático, con su Constitución, su sede de la soberanía nacional que ejerce el control sobre el ejecutivo, su separación de poderes, su democrática ley electoral, su independencia judicial y garantías procesales, dé un retroceso en ese sentido?
Ortega y Gasset en Tocqueville y su tiempo describe al pensador y autor De la democracia en América como un joven escritor de la generación romántica —primera después de la revolución francesa— motivado por vivir en una sociedad donde el hombre se sintiese libre, que se preguntaba en qué mundo social le tocaría vivir. A mediados del siglo XIX hubo un gran debate intelectual en Europa sobre las condiciones que una nación debía tener para establecer una democracia, y cuando miraban a Norteamérica, se preguntaban si acaso fuera el clima, la geografía o la frontera lo que favorecía su sistema político. Por eso mismo intentó no solo proyectar su vida, sino también la de la sociedad, interesado siempre en conciliar la libertad con la democracia que consideraba “un hecho irresistible contra el cual no era ni deseable ni prudente combatir”. Es decir, a través del estudio del sistema político de los estados de la Unión, supo ver más de un siglo antes, la inevitabilidad de la democracia.
En sus viajes a América, Alexis de Tocqueville se quedó maravillado del amor que los americanos sentían por la libertad, se asombró de los municipios de Nueva Inglaterra donde las decisiones de los concejos locales se tomaban en asamblea, en un ejercicio de libertad y democracia practicado a todas horas. Consideraba que la democracia estaba en las pequeñas cosas, en decidir cómo se recoge la basura, qué camino se arregla o qué escuela se construye. Consideraba igualmente que el asociacionismo-de cualquier cosa- fomentaba el ejercicio de la democracia al ser un elemento de socialización, discusión y defensa frente a los abusos del poder.
En su interpretación política de la democracia —que creía inevitable—, Tocqueville llegó a describir tres tipos de regímenes políticos para el futuro. El primero de ellos, un autentico sistema democrático en el que existiera igualdad y libertad. Un segundo en que hubiera libertad sin igualdad, lo que lógicamente produciría el caos y la anarquía. Y finalmente un tercero, el cual consideraba que era el peor de todos, un sistema igualitario pero sin libertad, que lo denominó “dictadura igualitaria”.
Y lo consideraba el peor de los sistemas porque según él era una dictadura invisible, sin presos, sin cárceles, sin torturas, porque los ciudadanos estarían preocupados en el esfuerzo de conseguir un sustento que les reportaría únicamente un bienestar material y donde estarían felices votando todos lo mismo, dejando ocupar al Estado aquellos espacios abandonados por la ciudadanía. Consideraba que en el despotismo igualitario todo el mundo tenía una opinión, pero también creía que las opiniones no hacen al mundo, sino la razón.
Ortega, en ¡Libertad divino tesoro! también se preocupó de la tirantez entre gobierno, democracia y libertad diciendo “si esta no nos ofrece otra cosa que un panorama de ineficacia y de farsa, si no presenciamos más que ficciones de actos que no surten efectos, ni oímos más que palabras dichas sin convicción, llegaremos a creer que la vida es un orbe alucinado, donde todo es espectro y fantasma (…) aumentando la desconfianza de la nación hacia sus hombres públicos y la indiferencia hacia la norma social más delicada de todas: la libertad. (…) Liberalismo, democracia, son pues, no solo dos cosas distintas, sino mucho más importante la una que la otra”, y terminaba “la preocupación por el establecimiento de la democracia ha desalojado la preocupación por la libertad”.
El pasado 16 de abril se cumplió el aniversario del fallecimiento en 1859 de Alexis de Tocqueville, y hoy es importante recordar a este apasionado de la libertad para alejar de nuestro horizonte posibles populismos e iliberalismos cuyas aventuras nos abocan a territorios de consecuencias al menos inciertas. Lenin, admirado por algún miembro del gobierno, decía que la libertad era un bien tan precioso, que había que racionarla. Mantengámosla como lo que es, un bien de primera necesidad.
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(*) Director Fundación Transición Española.
