El luctuoso Ministerio de Sanidad informa de los fallecimientos por la epidemia del Covid 19, que asciende a más de 22 000; siendo en Castilla y León superior a 1600; y en Segovia al día de hoy, de más de 550 personas. A pesar del riguroso confinamiento y de la heroica labor de los profesionales sanitarios (a todos los niveles) la cifra de muertes es alarmante. No voy a reincidir en lo que todo el mundo conoce sobre la torpeza del Gobierno de Sánchez y de Iglesias para alertar a la población, organizar y gestionar la contención de la pandemia que podría haber evitado más fallecimientos.
Ahora en toda España resulta obligado honrar a las personas que murieron, solos o acompañados, en domicilios, residencias, hospitales, etc. ¿Quién no tiene algún caso entre sus familiares, vecinos, amigos o conocidos? En Segovia se nota la proximidad y es más fácil compartir el dolor ajeno. “Aquí nos conocemos todos”, suele decirse. Las reducidas dimensiones de esta ciudad facilitan frecuentes encuentros en lugares públicos y desde luego, en tantos bares y restaurantes. La mayor parte de las personas que han perdido la vida a causa de la pandemia tenían una edad avanzada. Sin embargo, muchas podrían seguir en activo, conviviendo con algunas limitaciones; sin perder de vista el ambulatorio y la farmacia. Pero la infección fatídica les impidió seguir disfrutando de su familia y del ambiente generoso y acogedor que nos brinda esta sociedad amigable y solidaria. De pronto, para unos y otros, todo ha cambiado.
¿Qué hacer entonces ante lo que no comprendemos y no es posible evitar? ¿Qué pensar? ¿Qué decir? Algunos buenos creyentes y grandes poetas lo dijeron en verso. Son bien conocidas las Coplas de Jorge Manrique que dedicó a la muerte de su padre. El gran poeta de Castilla sabe que “Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar”. Ante el desamparo, de una pérdida tan querida, escribe “aunque la vida perdió dejó harto consuelo su memoria”. Quedan los recuerdos familiares, los trabajos realizados, el servicio a los demás; la gratitud de los buenos amigos, los agravios perdonados… Pierden la vida en silencio, tantas personas que llevaron una existencia escondida. Quizá, nunca salieron en los periódicos, pero fueron más útiles a la sociedad que quienes frecuentan sus portadas.
Muchas de las víctimas del virus pertenecen a una generación que merece el reconocimiento de todos. Ellos consiguieron el auténtico progreso que dio vida a la democracia, nacida con la reinstauración de la Monarquía y la Constitución del 78. Por humanidad y por justicia, estamos en deuda con todos ellos. Aún más, cuando por disposición gubernamental no se permite acompañar a los moribundos en sus últimos momentos ni despedirles con honras fúnebres. Es preciso reclamar a la señora alcaldesa del Excelentísimo Ayuntamiento que desoiga la orden del presidente Sánchez (ya lo han hecho alcaldes de otros municipios socialistas) y ponga en el balcón principal del Ayuntamiento una bandera de España con crespón negro, que permanezca mientras sigan muriendo compatriotas víctimas de la pandemia. La ciudadanía ya lo está haciendo. Desde los balcones aplaude a los profesionales sanitarios y en los balcones honra a los fallecidos con el luto que otros les niegan.
