Pasión, emoción, angustia, nervios, empatía o agresividad; son algunas de las reacciones que se ven y se viven habitualmente en la gradas de las instalaciones deportivas. Sentarse o ponerse de pie en ellas va más allá de presenciar un simple partido, puesto que al estar compartiendo un mismo espacio los asistentes se ven abocados a participar de un mismo deseo, la victoria de su equipo o jugador preferido. A veces el espectáculo no está en el terreno de juego, sino precisamente en esos asientos en los que se sientan los aficionados que se dejan llevar por el ambiente que les rodea. Se levantan, se abrazan, comparten opiniones e insultos y rompen a llorar cuando ganan o pierden.
Hemos visto cómo en ocasiones puntuales las gradas se ven vacías de espectadores debido a las sanciones que les han impuesto por algunas causas deleznables: insultos racistas, alteraciones del orden público, uso de bengalas o incluso alguna muerte de algún aficionado. En estas ocasiones los partidos se juegan a “puerta cerrada”, sin público, y la sensación que se vive cambia totalmente, tanto para el telespectador como para los jugadores.
Se oyen las instrucciones de los técnicos, se oye el golpeo o el bote del balón e incluso el silbato del árbitro. Los jugadores, que esperan el aplauso tras una jugada espectacular o un gol, solo sienten la palmada del compañero. Todo muy raro, parece más una pachanguita que un partido de competición.
En la situación que estamos viviendo, los dirigentes, sobre todo los del fútbol, se empeñan en reiniciar la competición, aunque haya que jugar sin público. Sin duda, el dinero se antepone a la salud, incluso la de los propios jugadores. Si fuera el caso, para crear ese ambiente que no van a tener habrá que colocar en las gradas camiseta, muñecos de cartón, se pondrá ruido de ambiente o sonarán los cánticos de aliento desde los altavoces. Un sinsentido. Desgraciadamente la situación es la que es y de momento habrá que aplazar el “¡Vamos Rafa!”.
