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Ángel Galindo García- Vástago de amistad y generosidad

por Redacción
19 de abril de 2020
en Opinion, Tribuna
ANGEL GALINDO 1
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Son varios los sinónimos de la palabra ‘vástago’: (brote, pimpollo, yema, cogollo, tallo, renuevo, retoño; hijo, descendiente, sucesor, heredero; eje, barra, varilla, perno, percha) Todos ellos ayudan a entender la grandeza de los brotes de amistad y de generosidad que durante la pandemia están naciendo del tronco de la humanidad y del humanismo en la sociedad actual.
Nuestros padres y abuelos eran muy respetuosos con todo aquello que estaba brotando: por ejemplo cuando una finca sembrada había brotado no se la podía arar hasta que no diera su fruto, o no se podían aborrecer (estropear) los polluelos en su nido. Esta actitud es propia de la sociedad civil y de las religiones humanistas y personalistas.

En contra de los vástagos de la amistad y de los brotes de la entrega generosa están los violentos, aquellos que promueven la división, el egoísmo, la indiferencia y el olvido, el enfrentamiento y la destrucción. Es decir, todos aquellos que ven la vida como un negocio económico o ideológico. Estos olvidan que la evolución de las especies no rompe con el pasado sino que toman la savia del tronco de la vida que reciben.

Este tiempo de pandemia está siendo muy especial. El futuro que está naciendo y brotando no será igual. Por primera vez hemos recibido la primavera en régimen de confinamiento severo y con un estado de alarma que prohíbe la movilidad. Algo que no han entendido muy bien los vencejos, los gorriones comunes, y los corzos que se han adueñado de los árboles y de las silenciadas avenidas de nuestras ciudades, recordándonos nuestra niñez.

Hacía muchos años que no les prestábamos atención y sin tener intención de escucharlos hay momentos del día en los que sólo se les escucha a ellos. Tampoco lo han entendido bien los pinos, los laureles, los chopos o las acacias de mi barrio que están empezando a brotar sin permiso de ningún gobierno.

Esta vida que brota se parece y recuerda a aquellos lazaretos, hospitales, centros de acogida que en épocas de epidemias pasadas creaban los cristianos en el camino de Santiago o en las ciudades para acoger a los leprosos y enfermos aislados de la ciudad (es el ejemplo del lazareto ya derruido en las cercanías del paraje de la Virgen de la Fuencisla en la desembocadura del río Clamores).

La religiosidad popular acude, no sin razón, a las rogativas, al voto de san Roque, o al Cristo de san Lorenzo a pedir ayuda ante las pandemias. Pero a la vez, los creyentes promueven obras de generosidad como hospitales, residencias, centros de acogida. Después llegó el liberalismo y la ley del más fuerte y comenzó a negociar con los brotes de generosidad que los cristianos habían creado.

Esta naturaleza que brota y crece sin permiso se parece mucho a las redes de solidaridad vecinal y ciudadana (cristiana y no cristiana) que está generando generosamente sin ideologías la reacción humana frente a la pandemia. La mayor parte de ellas pasarán desapercibidas y no serán noticia porque se realizan entre vecinos y por personas creyentes que hacen el “bien sin mirar a quien” o para que “quien lo vea de gloria a Dios”.

Estos sí que son vástagos y brotes verdes y permiten atisbar la existencia de una poderosa red de ayuda mutua, de carácter vecinal y cívico que se activa en situaciones de crisis. Y no se activa por imperativo legal o partidista, sino por imperativo cordial y samaritano, como si hubiera una dinámica oculta de las solidaridades que también quisiera expresarse esta primavera.
En el ámbito de la sociedad civil confinada se han activado vástagos de un coraje, un empuje cívico y una solidaridad básica que ha desbordado todas las expectativas. Y todo ello sin el visto bueno de partidos, sindicatos o una clase política que aún va a remolque de los brotes de solidaridad cívica que estamos conociendo.

No me refiero únicamente a las expresiones de filantropía o solidaridad empresarial sino a un nuevo tipo de amistad cívica posibilitada por la era digital. Sin salir a la calle podemos hacer mucho. También es la amistad cívica de los aplausos de las ocho, la que aún mantiene unidas nuestras ciudades.

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