Mercedes Sanz de Andrés
La religión ha sido el factor más influyente en la mentalidad del hombre medieval y moderno en una doble vertiente. Por un lado una religiosidad que parte de la jerarquía y por otro lado una religiosidad popular que surge del pueblo de manera espontánea. En este marco de la religiosidad popular se encuentran las cofradías. Su nacimiento no está dirigido ni influido por ninguna institución, al contrario, son una creación popular aunque pronto contaron con limitaciones en la normativa de la mano de la jerarquía eclesiástica y de la corona.
Las cofradías han estado presentes en la Iglesia desde la Edad Media perdurando hasta nuestros días. Su historia ha estado estrechamente vinculada a pobres, enfermos y cuidados de los necesitados. Su larga vida se ha desarrollado en hospitales, conventos, gremios y fundamentalmente en las parroquias. Si en un primer momento nacen como una agrupación socio-profesional, las formas de piedad medieval dieron paso a las cofradías penitenciales. Estas instituciones surgen en la Edad Media en el marco de la orden de los mendicantes para dar respuesta a la condición social de hombre. Entre sus fines se encuentra en primer lugar dar culto público a Dios así como garantizar una buena muerte y buen entierro a los hermanos. Las cofradías de carácter penitencial tenían un marcado carácter Cristo céntrico identificándose con el lado más humano de Jesús. En la consolidación y regulación de las cofradías contribuyó decisivamente el Concilio de Trento (1545-1563) que encontró en la religiosidad popular un camino para el encuentro del hombre con Dios aunando el plano religioso y el social en una misma realidad.
Esta estructura basada en la fe vivida de un pueblo encontraba en las procesiones no solo la manifestación exterior de su fuerza espiritual, también un carácter preventivo para hacer frente a las amenazas y adversidades. El hombre, protagonista de las cofradías, buscaba auxilio con sentido religioso ante las amenazas de la peste, los fenómenos de la naturaleza, las guerras, el hambre…. Pero también en época de bonanza como manifestación de gratitud por los dones recibidos. Recordemos algunos ejemplos vividos en la ciudad de Segovia.
Nos comenta Garcí Ruiz de Castro -siglo XVI- que en Segovia hubo diferentes pestes que dejaron la ciudad despoblada. Con ocasión de una de ellas, un niño de unos 5 ó 6 años entró en la iglesia de San Miguel y encontró la imagen de Nuestra Señora del Ángel en un trastero diciendo a voces “que si querían que cesase la peste, señalando a la imagen, que la pasasen de donde esta al altar mayor”. El obispo ordenó su traslado y la peste cesó extendiéndose gran devoción a esta imagen. Según el autor ésta imagen procedía de Francia donde se apareció cuando el país vivía una terrible peste.
En la iglesia de San Miguel se fundó el 3 de abril de 1551 una hermandad por los trabajadores del “oficio de gana panes” con el objeto de “decir una misa todos los domingos y fiestas de guardar por las ánimas del purgatorio”. Esta hermandad bajo la advocación de las Ánimas del Purgatorio y con María Magdalena como patrona, tenía la obligación, entre otras, de buscar a los pobres y vagabundos de la ciudad, especialmente a los que se encontraran en la plaza de San Miguel para que asistieran a la misa y se asistía al hermano fallecido tanto en la ciudad de Segovia como fuera de ella con tres misas, y si moría en Segovia se le daba sepultura.
En 1624 esta cofradía renovó sus estatutos y entre ellos se cita que “si en algún tiempo nos fuere mandado por las justicias eclesiásticas o seglar de esta ciudad o por otro superior de hacer procesión por los frutos temporales de la tierra o por la salud del rey o príncipe o infante o heredero o por guerra o paz y otra tribulación o calamidad desta ciudad que los mayordomos, jueces y diputados que fueren desta cofradía” se lo dieran a conocer al resto de hermanos cofrades para acompañar en procesión con las respectivas insignias y pendones de la cofradía con devoción y rogar al Señor para el socorro y a la Virgen como intercesora.
El 28 de junio de 1592 se funda en el convento-hospital de San Juan de Dios la Esclavitud de Nuestra Señora de La Soledad y el Santo Sepulcro de Cristo. Entre las obligaciones se cita atender a los enfermos del hospital y la limpieza de los pobres además de los cultos y procesiones durante la Semana Santa. Esta Esclavitud tenía como devoción la imagen de La Soledad y se sacó en rogativa con motivo de la epidemia de langosta el 16 de junio de 1709 desde su convento hasta San Juan de los Caballeros, donde se dijo una misa.
El 23 de junio de 1733 a las cinco y cuarto de la tarde se desbordó el arroyo Clamores debido a una tormenta provocando muertes y destrozos en algunas viviendas del barrio de Santa Eulalia. Unos jesuitas que se encontraban por allí entraron en la parroquia, cogieron el Cristo de la Esperanza y salieron con él a la calle para que intercediera ante aquel “parto de nubes” aumentando desde entonces la devoción en la ciudad.
Con motivo del terremoto de Lisboa el 1 de noviembre de 1755 la Venerable Orden Tercera salió en procesión hasta el santuario de La Fuencisla el día 22 de noviembre para dar gracias porque este fenómeno natural no había causado muertes en Segovia.
Se observa en las actas de las cofradías la doble espiritualidad de la población frente a la adversidad. La primera es individual y reflexiona sobre la vida y la buena muerte, la muerte propia y la del hermano, porque olvidar a quien había muerto o no darle la sepultura correspondiente, se consideraba una desgracia. En segundo lugar la espiritualidad social o colectiva que se enmarca en el mundo de las cofradías y que se fundamenta en la igualdad entre los hermanos, la fraternidad y la caridad. La Encarnación del propio Cristo en la vida se identificaba con la humanidad, con el pueblo y la religiosidad popular encontró en ella, su referente y la vocación de servicio al prójimo, tanto en la alegría de la fiesta como en el dolor frente a las calamidades.
