Como ocurrió con la colza, el combate residirá en el estoicismo y la capacidad de sufrimiento de la gente más que en la operatividad de los gobernantes. Además, la España cainita sigue helándome el corazón al asomarme a las redes, sembradas de inquina política y de dobles raseros ventajistas en vez de noble adhesión hacia quien sufre el mal o quien debe lidiar las soluciones. Y sí, aunque la imprevisión haya sembrado tempestades eso habrá de medirse más adelante, no ahora.
Tengo la impresión de vivir una película en la que nuestra sociedad ha pasado de ser un buen espectador a ser un mal protagonista al observar que, acaparando productos, la solidaridad queda relegada o que ante el interés público de confinarse, el necio hace las maletas de fin de semana. ¡La mezquindad frente a su espejo! Excepciones que enfrento al orgullo por mi país cuando aflora con llaneza la concienciación ciudadana, resignados profesionales, calles vacías, comercios cerrados, maestros y alumnos redoblando esfuerzos “online” o el desvelo de los oficios hospitalarios y personal sanitario que, con abnegación y riesgo más allá de su juramento hipocrático, afrontan un brutal desafío a nuestra acomodada sociedad; esa burbuja en la que un maldito virus ha señalado una flaqueza. Resistiremos y saldremos reforzados.
La factura será abultada pero venceremos.
