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Juan Cuéllar Lázaro – Los imprescindibles

por Redacción
18 de marzo de 2020
en Opinion, Tribuna
JUAN CUELLAR LAZARO
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Puedes besar a la novia

Sin pagar, ni pedir perdón

La burbuja de Pedro Sánchez

Hoy más que nunca me viene a la cabeza aquella frase de Bertolt Brecht que ronda en mi mente desde que la leí por primera vez: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

La grave (casi crítica) situación que estamos atravesando desde hace bastantes semanas en España está poniendo en su sitio a un agente social (llamémosle así) al que (me pregunto por qué) con tanta frecuencia infravaloramos o incluso, en ocasiones, menospreciamos.

No quiero entrar, porque no es el motivo de este escrito, en la forma en la que nuestros gobernantes están gestionando todo lo relativo al COVIB-19 (ya habrá tiempo para ello), pero está claro que vistos los resultados obtenidos, la política y las decisiones adoptadas son manifiestamente mejorables. Y lo digo sin tapujos, con el ánimo de ser políticamente incorrecto, aunque a los defensores de nuestros jerarcas (me ahorro lo de dignatarios) puedan molestarles algunos de mis comentarios. Y cuando hablo de jerarcas no distingo siglas ni ideologías. No quiero malentendidos ni que nadie interprete en mis afirmaciones posicionamientos. No les hay. Tan sólo me preocupa la salud de la gente y el estado en el que quedará el Estado (entiéndase España) cuando todo esto termine (seamos optimistas y pensemos que antes o después acabará).

Me diréis que no teníamos experiencia en cómo abordar un problema de esta magnitud. Y es cierto. Pero teníamos los casos de China e Italia para mirarnos en sus espejos. Y a fe que nos hemos mirado. Sobre todo en el de Italia, que para eso son mediterráneos como nosotros. Y como ellos tardamos en darnos cuenta de que las aglomeraciones no eran buenas. Me ahorro comentarios sobre la conveniencia o no de celebrar el 8M el 8 de marzo: no pasaba nada por haberlo pospuesto a otro día cualquiera cuando todo esto hubiera acabado; y lo mismo digo del congreso de Vox en Vistalegre 3: y pongo ambos ejemplos para que nadie me malinterprete. Podemos añadir todas las actividades deportivas que se celebraron ese día, sobre todo de los deportes mayoritarios como el fútbol o el baloncesto a puerta abierta. Permitir tanto lo uno como lo otro no fue buena idea, y todos lo sabíamos, pero parece ser que, por la razón que fuera, no era políticamente correcto prohibirlo para los que tenían la potestad de hacerlo. Había fórmulas, pero no se arbitraron.

Cuando nos dimos cuenta de que todo había sido un error (apenas unas horas más tarde) decidimos que había que tomar decisiones importantes, eso sí, cada autonomía por su cuenta, a su bola, de forma deslavazada y según sus intereses, y se avisó con tiempo del cierre de colegios para que los papás más listos que pudieran teletrabajar se desplazaran con la familia donde se les antojara: el poder central, a todo esto, seguía desaparecido y dejando hacer, con la única excepción del bueno de Fernando Simón, portavoz de Sanidad y director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, que cada ciertas horas salía a darnos novedades de cómo iban evolucionando las cifras y el tema en general desde el 31 de enero, y siempre iban a peor. Después empezó a aparecer Salvador Illa, el ministro en persona. Y la situación tampoco mejoró. De hecho las cifras se fueron multiplicando de forma preocupante y comenzaron a salir también nombres de cargos públicos y de políticos afectados por la enfermedad. Y se comienza a hablar de cuarentenas para los que hayan tenido contacto con enfermos infectados.

Mientras tanto llegaban desde todos los puntos avisos del personal sanitario sobre la necesidad de tomar medidas drásticas para intentar frenar el avance del coronavirus y el colapso de los hospitales.

Italia, el espejo en el que nos hemos estado mirando, tampoco mejoraba en su intento de parar al virus. Quizás tendríamos que haber tomado como modelo otros países, donde nada más aparecer los primeros casos se comenzaron a aplicar medidas enérgicas y rápidas, y, al parecer, efectivas. De hecho, cuando escribo estas líneas, alguno de ellos antes de tener ningún fallecido ya tienen aplicado el estado de alerta.

El colmo del disparate (y quiero ser, yo sí, políticamente incorrecto) llegó en el momento en el que nuestro presidente apareció ¡por fin! para anunciar el estado de alarma. Con dos días de antelación, eso sí, para que los españolistos (perdón, quería decir los españoles listos), en un gesto de insensatez, imprudencia, insolidaridad y egoísmo, a imagen y semejanza de lo que sucedió en Lombardía, pudieran planificar su espantada a su lugar de recreo favorito, cargando con la familia y en muchos casos con el bicho. Sólo de Madrid varios cientos de miles poblaron en unas horas las playas del Levante y, lo que es peor, los pueblos, donde se concentra sobre todo gente mayor en situación de riesgo y especialmente vulnerable, y con unos servicios sanitarios más que escasos y deficientes (digo los servicios, no los profesionales, que todo lo bueno que se diga de ellos es poco).

Cuando por fin se reúne el consejo de ministros más de uno se echa las manos a la cabeza y denuncia que uno de sus miembros que asiste de cuerpo presente debería de estar guardando la cuarentena, perdiendo una oportunidad histórica para predicar con el ejemplo y servir de modelo de que todos somos iguales ante la ley y los decretos ¿Realmente era imprescindible su asistencia? ¿Con qué autoridad moral se puede pedir ahora a los ciudadanos que cumplan una normativa que quien la dicta es el primero en incumplirla?

Sobre las medidas acordadas por dicho consejo de ministros, total apoyo, aunque algunas sean mejorables y otras podrían cambiarse. Lástima que hayan llegado con al menos 10 días de retraso. Pero no nos queda otra. Me parece muy bien centralizarlo todo e ir todos a una, a pesar de las quejas de los de siempre, sean presidentes de autonomías o jefes de la oposición. Ni caso. El enemigo es común y todos juntos tenemos que hacerle frente.

Ya llegará el momento de opinar (y no faltarán politólogos y otros especialistas en todos los temas) sobre la gestión del problema por parte del gobierno central y demás autoridades autonómicas. Y sobre las propuestas (o no, según ellos) de algún grupo político de privatizar o recortar en Sanidad.

Ahora sólo nos queda remar a todos en la misma dirección y con el mismo objetivo final. Sin desfallecimientos. Que el coronavirus no entiende de siglas políticas, fronteras o razas.

Y volviendo al inicio y al propósito de este escrito, sólo me queda agradecer sin reservas la actuación de nuestros servicios sanitarios, públicos o privados, que tanto da, y no sólo por la profesionalidad, abnegación y espíritu de sacrificio con que están llevando esta pandemia del COVID-19, si no por su labor diaria. Ya llegará el momento también cuando esta historia termine de estudiar qué sectores de la sociedad son recortables si no prescindibles y cuáles no. Por cierto, y quiero ser de nuevo políticamente incorrecto, y si me apuran equidistante, ¿para qué necesitamos ahora a la inmensa mayoría de la caterva de políticos que mantenemos a cuerpo de rey para… ¿para? Lo siento me he quedado sin respuesta pues a veces no sé bien para qué están. Lo que sí tengo claro es que a muchos de ellos no les va a resultar extraña ni les costará nada cumplir la actual campaña de “Yomequedoencasa” que se ha extendido por todo el país por nuestro bien. Muchos de ellos es lo que hacen un día sí y otro también a lo largo de su legislatura en lugar de acudir a sus puestos de “trabajo”.

Lo que está claro es qué agentes son imprescindibles, y uno de ellos, si no el que más, es el del personal sanitario en toda su extensión, desde el gestor del hospital hasta el último camillero, celador o limpiador. Ya llegará el momento también de hablar de ratios, cuotas y sueldos de ellos cuando todo esto acabe.

Mientras tanto, y dado los tiempos que corren, para ser políticamente correcto y que ninguno de nuestros lectores se sienta excluido ni herido en su susceptibilidad, oso hacerle una pequeña rectificación a Brecht: “Hay personas que luchan un día y son buenas. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenas. Pero las hay que luchan toda la vida: esas son las imprescindibles”. Seguro que me sabrá perdonar por esta vez este ilustre dramaturgo y poeta alemán que, si no el confinamiento, sí que conoció el exilio.
En Madrid, 15 de marzo de 2020, día 1 del estado de alarma.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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