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Miguel Velasco – El virus asesino nos tiene sobrecogidos

por Redacción
16 de marzo de 2020
en Opinion, Tribuna
MIGUEL VELASCO
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Pocas veces en España se han producido indicadores sociales y sobre todo sanitarios como el que está reflejando el virus asesino, el coronavirus que emergiendo desde el país de los amarillitos y de la línea cerrada casi por donde miran han hecho abrir los ojos al mundo entero viendo lo que se le ha venido encima. Una infección, ya pandemia universal, que no se sabe dónde acabará ni cuantos infectados y muertos terminaran registrándose. Con haber sido varias las señales de alarma que se han producido en este país (desabastecimientos, desplomes brutales de las economías y las Bolsas donde se mueve el dinero, huelgas de controladores aéreos, el “Ebola”, la gripe A. revoluciones rurales,etc.) nada tan sobrecogedor como la que ha provocado el virus asesino que viaja para quedarse a una velocidad endiablada. No en vano la sociedad a lo que más teme es, precisamente, a los atentados contra su salud. Y en ese aspecto no viene a estar de más que los gobiernos cuiden permanentemente la mejora de sus sistemas sanitarios públicos y se gaste lo que sea necesario (por mucho que parezca siempre será poco) en la incorporación de los avances que correspondan para la prevención y el mejoramiento de la salud quebrantada. Bien es cierto que como no siempre se consigue una asistencia acorde con las necesidades de la población han surgido entidades de asistencia privada que lo están haciendo bien y cubren en cierto modo el vacío asistencial de la pública.

Pero lo del virus asesino que ha acobardado al mundo entero (de lo que España no se ha librado, claro) viene a ser demasiado. Y por muchos medios y muchas recomendaciones que se hagan desde las instancias del poder y de la responsabilidad concreta de la aplicación por parte de Sanidad, lo cierto es que siempre nos parecerá poco.

Entre otras cosas (aspectos sociales, laborales, económicos,etc.) lo que, a mi juicio, se deja notar es la amargura y tristeza que produce entre una población habituada al permanente contacto social (a vivir en la calle, que se dice) es el desolador aspecto que producen la clausura de monumentos,museos, bibliotecas,instalaciones deportivas,ocio; la desaparición de la alegría infantil de la asistencia a los colegios,el jolgorio de los niños en las plazuelas, el bullicio del personal alternando jovialmente en sitios hosteleros, las partidas de tute en los centros de mayores (de los pocos puntos donde tenían ocasión de reunirse, charlar,hacer amigos, cultivar las relaciones,etc.). contemplar los cierres de las tiendas que imprimían sabor a las calles, los paseos y los adioses, las sonrisas, los besos, los autobuses antes hasta los topes apuran ahora sus trayectos vacíos. Sólo hay vacío. Es más, si hasta el obispo ha dicho que no vaya la gente a misa y el propio Papa la dice desde su biblioteca deseando que no se contagie la clientela con ese bichito asesino que, por cierto, no sabe cuál ha sido su origen: hay quien dice que los murciélagos (pobrecillos) o que obedece a una acción biológica ruin y deleznable. Qué horror. Eso sería un terrorismo envilecido impensable. Que no.

Pero mientras tanto la gente se ha refugiado, se ha aislado atemorizada en sus casas. Y los maridos van más pronto a casa. Eso que han ganado ellas. Y cuando descorre los visillos de sus ventanas para ver si el virus asesino ha pasado. no ve nada. No ve más que soledad. Y sombras. Un frio de pandemia de muerte. Y entretanto se colapsan los hospitales, incluso ya los centros de asistencia privada que se han puesto a disposición del ejército ejemplar de profesionales de la sanidad (médicos, enfermeras, auxiliares, personal laboral y de servicios,etc) que están dando un enorme testimonio de ejemplaridad profesional que ya se le reconoce.

Nadie se atreve a pronosticar cuánto tiempo durará esta situación, esta sobrecogedora situación de miedo al contagio que nos ha invadido: unas semanas, meses? Nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que nos ha cambiado las costumbres y nos está cambiando la vida. Ahora (aunque siempre haya valientes frente al riesgo de contagio y gentes que vuelvan a los pequeños pueblos huyendo de las ciudades más azotadas) las ciudades, los pueblos, están vacíos. No se ve a casi nadie. Y ya no se saluda. Ni se abraza. Ni se besa. Incluso se mira con recelo. Da lástima haber perdido la alegría de vivir con las emociones que nos deparaba la convivencia. Y todo por un bichito de nada. Un virus asesino que nació en el país amarillo y nos está amargando la vida.

Mas como antes se decía que “no hay mal que 123 años dure” no estará de más que pensemos que esto pasará. Que entre todos podamos vencer al bicho. Y que éste no sabiendo ya donde posarse languidecerá hasta su muerte. Y que volverán a subir los cierres de los establecimientos. Y a circular los coches y la gente ya más animada por las calles segovianas. Y volveran los abrazos. Y los besos. Y fraternalmente la paz escondida. Y volveremos a oir el griterío y las risas de los niños (más al salir de los colegios que al entrar,claro). Y volveremos a tomarnos despreocupadamente unas cañas con los amigos. Como siempre. Y a escuchar a los mayores en sus Centros el impulso de “las cuarenta” Y lo del bicho que nos amargó la vida será sólo un recuerdo. De lo que fue y de los que se llevó el maldito por delante. Todo volverá a la normalidad ahora malvadamente alterada.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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