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Julio Montero (*) – Inteligencia e ironía

por Redacción
11 de marzo de 2020
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO
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Uno de los rasgos más característicos de este inicio de milenio es la escasa capacidad para aceptar la ironía. Esa burla fina y disimulada; el tono burlón. La expresión, al fin, como dice el socorrido diccionario de la Academia “que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”. Todo ello supone una confianza grande del que habla o escribe en la inteligencia del que escucha o lee. Más aún, se supone además algo cada vez menos frecuente en la llamada esfera pública: sentido del humor.

Desgraciadamente este supuesto se da cada vez menos en nuestros días. La vida política especialmente está llena de acusaciones que denotan dos cosas: falta de inteligencia para comprender y muy escaso (o nulo) sentido del humor. No pasa nada importante porque los políticos carezcan de una y del otro. Estamos ya acostumbrados a unos discursos, en realidad casi nunca pasan de enunciados breves, en los que se habla de manera grandilocuente de grandes estupideces brutalmente exageradas. Todo para decir que se sienten ofendidos y presentarse como víctimas o resistentes heroicos de auténticas gilipolleces.

Lo realmente pavoroso de esta falta de inteligencia generalizada es su extensión por la vida normal de la ciudadanía. Pocos son los capaces de salir del terreno plano de los anuncios por palabras. Cada vez se extiende más el lenguaje tarzanesco que resuelve todo en frases breves con un solo sentido que sirven, normalmente, para pedir o dar algo. No es infrecuente incluso que se supere este nivel y consigan no decir absolutamente nada. Y eso ya empapa los medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión.

Peor que la falta de inteligencia es la pérdida casi absoluta del sentido del humor. Dentro de poco borrarán a Gila de Youtube porque se le considerará tan peligroso como a Leni Riefenstahl la promotora cinematográfica de Hitler. No te digo a Eugenio, el cuentachistes que además fumaba. El humor políticamente correcto, sin ironías, consiste en explicar chistes, hasta con notas a pie de página, en vez de contarlos por la directa.

Lo que perdemos de inteligencia y chispa lo estamos ganando en crispación y violencia lingüística. Ya nos llamamos de todo, menos bonitos. Y las metáforas han dejado de existir. Ahora, cuando alguien dice que se viola a las gallinas lo dice de verdad. Y se presenta como vengador de estas plumíferas esclavas sexuales. Y no te digo la explotación de las abejas; aunque no queda claro si es la reina la que organiza calladamente todo; o los zánganos (que vaya nombrecito: ese sí que es ofensivo y nadie repara en ello) obsesos por el sexo; o el que vende la miel en un mercadillo medieval de domingo.

Me contaba un colega que una estudiante de vaqueros estudiadamente raídos y rotos se sintió ofendida porque, con buen humor, le dijo precisamente eso: “llevas rotos los pantalones”, como si fuera un descuido en su buen parecer. En este caso no había duda: el lenguaje describía una realidad. Lo sorprendente es que se tomara por una ofensa. Y menos mal que no se le ocurrió ofrecerse a coserlos en el mismo tono de broma. Solo la frase inicial le costó una denuncia-reclamación-protesta ante la decana por machismo. Afortunadamente esta tuvo la inteligencia que faltó a la denunciante para distinguir la broma de la ofensa; la ironía del lenguaje directo. Porque la estudiante debió entender que había ironía y que, por tanto, mi amigo le decía realmente que no los llevaba rotos de verdad. Y supongo que eso es precisamente lo que le ofendió. El problema es por donde andaba la inteligencia y el sentido del humor.

Pero parece que la cosa se va a arreglar, al menos en la ironía escrita, en algunos lugares ya se han decidido por un signo de “ironización” gráfico. Así no habrá dudas sobre cuando hay o no ironía. Gracias a él tanto idiotas como amargados podrán parecer listos y alegres. Espero que pronto, la gente con buen humor se líe a poner ese signo en todo lo que escriba. Es una venganza legítima y además podremos seguir riéndonos.
——
(*) Catedrático de Universidad.

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