A veces me pregunto qué pasaría si yo encontrara un alma como la mía… Luz Casal, que el jueves pasado pisaba las tablas del Juan Bravo de Segovia después de más de medio año de ausencia impuesta, se preguntaba en un bolerazo de los que dejan temblando cómo sería una comunión de las almas que, al menos en algunos momentos del concierto, se dejó notar entre las butacas y los palcos de un teatro lleno hasta el último rincón.
Los flamencos lo llaman duende y yo no sé cómo llamarlo, pero hay veces, escasas, mágicas, difícilmente olvidables, en que un teatro o una sala de conciertos es capaz de generar un ambiente que va más allá de lo meramente intelectual y entra de lleno en densos caminos emocionales que, al menos para mi, son los que dan verdadero sentido al arte. No sé cómo llamarlo, no sé por qué pasa, pero esas noches nadie vuelve a su casa indiferente.
Es cierto que hay factores que predisponen, y que las condiciones de esta vuelta de Luz a los escenarios, tras una segunda batalla contra el cáncer, en una noche que como ella mismo reconoció era muy importante, ya hacían presagiar una velada con la emoción muy presente. Y así fue. La energía fluyó entre escenario y patio de butacas y, creo, todos los espectadores se sintieron tocados e involucrados en una celebración de la vida que no deberíamos perder nunca de vista en nuestras existencias.
Y si la situación era propicia para que la emoción se desbordase, el repertorio también puso de su parte. La velada arrancó con temas de ‘La Pasión’, el último trabajo de Luz, en el que predomina la acidez del bolero y que dejó vivencias descarnadas como las de “Mar y cielo”, “Con mil desengaños”, “Historia de un amor” o “Alma mía”, la historia de la buscadora de un alma gemela.
Pero estos temas se convertirían en un mero aperitivo de lo que iba a ser la parte más intensa del concierto. Luz, brillante, serena, bellísima en un vestido rojo a juego con sus labios y con un pelo cortísimo a causa de los tratamientos, que aún no ha crecido, enfilaba una parte de su repertorio que no tiene nada que envidiar a las grandes letras de los clásicos. De “Entre mis recuerdos” a “Es por tí”, pasando por “Besaré el suelo” y “No me importa nada”, la artista completó una media hora en la que costaba hasta respirar, por no interrumpir, por no romper el encantamiento.
La segunda parte del concierto, pantalón de cuero, top blanco y negro de pedrería, tuvo una tesitura completamente distinta, y puso sobre el escenario a la Luz más rockera. “Plantado en mi cabeza”, “Tal para cual”, “Loca”, “Un pedazo de cielo” o “Rufino” hicieron que las butacas sobrasen y que, quien más y quien menos, se echase un medio baile botando en el asiento.
Esta parte del concierto, con trece músicos sobre el escenario, fue la que planteó mayores problemas acústicos, ya que en muchos momentos la interpretación instrumental se imponía en exceso a la voz. Por lo demás, los músicos cumplieron con nota en una actuación que, no lo olvidemos, era la primera de esta retomada gira.
La noche acabó con bises: “Piensa en mi”; la ahora más simbólica que nunca “Gracias a la vida”, porque Luz, pese a todo, se sigue sintiendo una mujer afortunada; y un “Te dejé marchar” que dejó al público en pie, a la cantante exhausta pero feliz, entre piropos, y a todos con la sensación de haber formado parte cómplice de un concierto inolvidable. Cuestión de almas.
Luz Casal
Músicos: Fran Rubio (piano), Juan Cerro (guitarras), Jorge Fernández (guitarras), Pedro Oteo (contrabajo), Pedro Pablo Rodríguez (percusiones), Tino di Geraldo (batería), Eunice Santos (violín), Iván García (violín), Belén Villanueva (viola), Eva Sierra (chelo), Martín García (saxo), Manuel Machado (trompeta), Joulien Ferrer (trombón).
Lugar: Teatro Juan Bravo. Acústicos.
Fecha: Jueves, 2o de enero de 2011.
