El pasado 19 febrero, la alcaldesa Luquero hacía pública la decisión del gobierno municipal de celebrar el V centenario de la revuelta comunera de 1520. El proyecto segoviano se integraría dentro del organizado por la Fundación Villalar, cuyo objetivo será recordar una página de la historia de España escrita en la Castilla del siglo XVI.
Los historiadores discuten sobre la valoración de las revueltas comuneras. Uno de los mayores expertos en la materia, el hispano-francés Joseph Pérez entiende la subversión comunera como un intento de oponerse al absolutismo monárquico. Según J. L. Comellas concurren cuatro factores. 1) El descontento general por la presencia en España de un rey extranjero y sus acompañantes nada respetuosos con las costumbres locales. 2) Una oposición frontal a una política extraña a los fueros tradicionales. 3) Una fuerte reacción contra la injerencia en el gobierno local. 4) Un factor social decisivo que se manifestó en luchas entre grupos con intereses contrapuestos.
En aquellos días, después del reinado de Isabel de Castilla, existía un malestar general en la población que cristalizó en agrupaciones comuneras. El 29 de julio de 1520, en pleno verano, se constituyó la Santa Junta. En ella estaban representadas: Ávila, Burgos, Ciudad Rodrigo, Cuenca, Guadalajara, Madrid, Murcia, León, Salamanca, Segovia, Soria, Toledo, Valladolid y Zamora. Las acciones comuneras fueron rechazadas por las tropas reales que atacaron Segovia (uno de los núcleos urbanos más industriales de Castilla). La ciudad se defendió con tenaz resistencia contra las fuerzas mandadas por el alcalde Ronquillo, las cuales se vieron obligadas a proveerse de recursos artilleros en Medina del Campo. Los medineses resistieron heroicamente y en la batalla se produjo un pavoroso incendio, que destruyó parte de uno de los centros mercantiles más famosos de Europa. Se enardecieron los ánimos comuneros reforzados por más combatientes que se sumaron al movimiento rebelde. En Tordesillas pretendieron sin éxito el apoyo de la reina doña Juana. El intento fallido por convencer a la madre del rey Carlos, contra el que luchaban, fue una señal de su debilidad. No contaron con el respaldo de la nobleza, que se declaró a favor del rey.
Mientras tanto, en los Países Bajos, el joven monarca era puntualmente informado de cuanto ocurría en el reino castellano. Al hacerse cargo de la situación, rectificó y nombró un Consejo de regencia formado por mayoría de españoles. Entre ellos, el condestable de Castilla, don Iñigo de Velasco y el almirante don Fadrique Enríquez. Se ganó así a la nobleza, que desde ese momento se puso abiertamente a favor del monarca.
A partir de entonces, la guerra comunera estaba prácticamente decidida. Si bien, Padilla obtuvo un triunfo efímero con la toma de Torrelobatón, la Junta estaba dividida y crecía el descontento popular. En contra de lo previsto, los campesinos no se levantaron contra los nobles, pues sus intereses tenían poco que ver con los de la burguesía gremial, que controlaba la dirección del movimiento comunero. El 23 de abril de 1521, con escaso apoyo popular, se llegó a la confrontación definitiva en Villalar. En realidad, la batalla no pasó de ser una escaramuza. Las milicias concejiles que mandaba Padilla se negaron a combatir y bastó una carga de caballería para que se dispersaran o se pasaran al bando real. En el momento crucial los tres jefes de la hueste comunera, Padilla, Bravo y Maldonado, se encontraron literalmente solos. En el mismo pueblo de Villalar fueron condenados a una muerte que afrontaron con gran dignidad. Lo que comenzó como un movimiento amenazador perdió fuerza y razones; un estallido de cólera que duró seis meses. Al año siguiente, en 1522 el regreso del rey apagó los rescoldos del fugaz incendio y publicó una amnistía. En las listas de los doscientos cabecillas rebeldes abundan apellidos judíos (burgueses conversos), miembros del patriciado urbano y de la alta burguesía, que revelan el carácter de la revolución.
Fue una página particularmente radicada en la historia de Castilla, que ha inspirado la composición magistral del Nuevo Mester de Juglaría. Pero sería muy lamentable que, una vez más, los políticos (siempre “ejecutores” del presupuesto que administran), quisieran utilizarla, o sea corromperla, buscando un rédito partidista. Como tantos otros, los acontecimientos del reinado de Isabel y Fernando, de Carlos I o de Felipe II son inseparables de las tierras castellanas (no sólo de la meseta central). Y tiene mucho interés que aquellos acontecimientos de 1520 sean estudiados y recordados desde el ámbito académico y tratados con la seriedad que merecen. Aquellas reivindicaciones comuneras son expresión de la dignidad personal y de la noble lucha por la libertad, frente a la imposición despótica del poder.
Es de temer que su memoria sufra los embates de la ideología que propugna el socialismo de la “memoria histórica”, concebido para segregar. Es sospechoso que en el programa socialista de las últimas elecciones municipales se pretenda reivindicar “nuestra identidad castellana”. El proyecto socialista de definir identidades tiene el tufo que desprenden los nacionalistas periféricos a los que Sánchez alimenta a costa del resto de la regiones que cumplen y sin embargo sufren las embestidas del poder gubernamental socialcomunista. El que ha traspasado la gestión de la Seguridad Social al PNV, financiada por todos. El que se niega a pagar las deudas del IVA. El que maltrata a los gobiernos autonómicos de la oposición. El que se sienta a negociar con los independentistas de ERC, degradando al Estado español ante los cerriles profesionales del chantaje. La mayor ignominia de la historia reciente. Para encontrar algo parecido habría que pensar en los desmanes de los líderes socialistas de la segunda república.
¿Quién puede arrogarse el derecho a asignar una identidad que se ha forjado a lo largo de cinco siglos? La que engrandeció un Andrés Laguna (“segoviensis”), humanista, consejero y médico de Carlos I, que contribuyó junto con tantos otros personajes como Beatriz Galindo a conformar una gran nación; amenazada ahora por la deslealtad y la ambición de los mediocres. Políticas y políticos aparte, la esencia perdurable de la revuelta comunera nos brinda hoy una gran lección de coraje y determinación para unirse en defensa de la Constitución, junto a la Corona. La misma que ha traído el período de mayor estabilidad política y social de nuestra historia.
