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Julio Montero – Cuando falla la memoria, falla la vida

por Redacción
5 de febrero de 2020
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO
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Según los creativos españoles que triunfan en los Goya, lo más importante en la vida de todo el mundo es la memoria. No es una suposición. Porque para alguno somos, hasta físicamente, nuestra memoria. Si las cosas fueran así, quien perdiera la memoria se perdería a sí mismo. Sin memoria tú no eres tú; yo no soy yo.

Esto parece verdad a primera vista en el extremo negativo. A todos se nos viene a la cabeza el ejemplo de los mayores (o no tanto) que no reconocen ni a los más íntimos y menos aún qué hicieron o qué relación tuvieron con su vida (en realidad con su biografía). Serían para nuestros sensibles cineastas vidas ya concluidas que seguirían viviendo sin saberlo.

Pero lo más frecuente, lo que se da todos los días, es la memoria limitada; que es lo mismo que decir la falta de trozos de memoria. Y en esas estamos todos: hasta los que se presentan como prodigios del recuerdo. Nadie es capaz de recordar todos y cada uno de sus instantes de vida. En consecuencia, nadie tendría una vida plena; más aún: ninguno puede aspirar a ello. Tiene gracia que se llegue a la humildad (nadie es perfecto porque no se acuerda de todo) por la falta de memoria. Y conectaría, además, con la excusa que más prodigamos los humanos a lo largo de nuestra vida: ¡no me acordé!

Como no podemos recordar todo lo que nos ha pasado es indudable que percibimos nuestra vida como una selección de momentos biográficos (que sí recordamos) puestos unos detrás de otros. Pero no los situamos en cualquier orden y de cualquier manera. Ni siquiera cuando nos invitan a contar nuestra vida en los simples encuentros con amigos: ¿cómo va tuyo? O el más genérico después de una larga temporada sin vernos: ¿a qué te dedicas ahora? Y no te digo si se trata de una entrevista de trabajo. Nuestros trozos de vida convertidos en currículo tienen un argumento muy distinto del explicar a nuestro compañero de pupitre a qué nos hemos dedicado desde que terminamos la carrera, o el instituto veinte años después.

Estamos acostumbrados a verlo en las películas. Allí los directores nos descargan la cinta de todo lo que no es importante o pudiera alejarnos del hilo argumental fundamental. Los protagonistas ni dicen, ni siquiera piensan lo que van a hacer: sencillamente el espectador ve que lo hacen y cómo lo hacen.

El problema es que nuestros recuerdos no tienen la consistencia de las secuencias que rueda un cineasta. Si en la vida no hay primeros planos ¿por qué existen en nuestros recuerdos? La solución es fácil: nuestros recuerdos están falseados. Las imágenes que los componen y las historias en que se insertan no coinciden con lo que pasó. No son un video que grabó aquel momento de nuestra biografía. Las consecuencias de todo esto son cada vez más desanimantes: nuestra memoria sobre nosotros mismos está construida por algunos trozos de nuestra vida, que no responden a la realidad, y que se ordenan según un argumento que nos inventamos.

Pues si nuestra vida es eso, es para borrarse. Por mucho que lo digan nuestros directores de cine mas valorados por las subvenciones. Eso es una película trabajada en nuestra mente. Una película de ficción, a la que podría añadirse, en una concesión al realismo, el famoso cartel de “basada en hechos reales”. Eso es precisamente la memoria biográfica.

Pues si esto pasa en nuestra biografía, ¿qué es la memoria histórica? ¿qué tienen que ver los recuerdos con los hechos? ¿qué tienen que ver los relatos “históricos” de la memoria con la realidad? El que cuenta los recuerdos de su abuelo, en realidad narra los recuerdos de un recuerdo. Si en ellos se echa la suficiente emoción argumental ¿son por ello más reales? Y otra cuestión: ¿hasta dónde ha de remontarse la memoria? ¿Protestaremos del imperialismo romano que asoló un territorio que aún nadie sabía que llegaría a ser España? ¿Exigiremos responsabilidad al estado argentino por genocida, porque en su llevar la frontera hasta el río Negro y más allá liquidó a las tribus que habitaban la Pampa?

Es difícil la tarea de los historiadores. Es imposible la de la memoria, si pretende ser algo real. Otra cosa es que venga bien para la política y para, al menos, repartir migajas a los nietos de unas víctimas.
—
(*) Catedrático de Universidad.

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