De las manos de aquellos maestros de albañilería salieron los ladrillos de las primeras urbanizaciones y barriadas que hacían crecer las ciudades en los años 60 por toda España.
El segoviano Justino García Herranz (Valseca 1929), fue uno de ellos. Muy joven, junto a su mujer, Asunción López Garrido(Parral de Villovela 1929), emigraron a Sevilla, donde Justino encontró trabajo como albañil y se asentó la familia con sus tres hijos(Antonio, Anabel y María). Lo recuerda García, “fue a través de una visita a Sevilla a mi amigo, Pablo; hijo del entonces veterinario de Valseca(Teófilo Montero), con quién me unía una gran amistad, y él fue quién me animó a quedarme, así como también la oportunidad de obtener trabajo, ya que por Segovia, la cosa no estaba muy bien”. Y en Sevilla, empezó una nueva vida la familia García.
En el año 1964, los devenires de la profesión y las buenas dotes del oficial segoviano, llamaron la atención de su jefe, “quien de alguna manera me ‘obligó’ casi a concursar en el campeonato provincial de albañilería, pues yo no estaba muy preparado en la cuestión de planos y demás, pero al final me anímé”. La decisión, no fue desacertada. Y llegado el día, junto al Pabellón de Perú, y acompañado de su peón, Juan Luna Hidalgo, participaron en el Concurso provincial de Albañilería de Sevilla, organizado por el Sindicato provincial de la construcción, vidrio y cerámica, al que concurrieron un total de veintidós cuadrillas.
El trabajo a realizar, consistió en “una bóveda acampanada sobre un sardinero con dos contrapesos de ladrillo a panderete”. Tarea que se tradujo en una alegría inmensa, al resultar vencedora la que se conformaba como cuadrilla número 12, integrada por el segoviano y su compañero, Juan Luna. Después vino la emoción y la recogida del premio, entregado por el entonces Gobernador Civil de Sevilla, Utrera Molina, que consistió en “5000 pesetas en metálico, copa y un diploma”.
Pero la cosa no quedó ahí. La obtención del premio provincial, les llevó en el mes de junio del mismo año al XV Concurso nacional de Albañilería celebrado en Cádiz: donde en el Paseo de las Palmeras del parque Genovés, participaron, oficial y peón, entre las veintinueve cuadrillas ganadoras de los distintos certámenes provinciales.
La construcción sería otra sorpresa, “una pieza de fábrica de ladrillo en forma de taludes dentados”, considerada por las bases, como “una obra difícil técnicamente”.
Sí la emoción de llegar allí, aún era innata, también lo fue, participar al lado de la cuadrilla de Segovia, por aquello del orden alfabético. La competición, organizada por el Sindicato nacional de la construcción, contó con numeroso público en los aledaños de las instalaciones, y numerosas autoridades y personalidades, como el Obispo de la diócesis Antonio Añoveros, y numerosos cargos ministeriales.
Para el resultado final del concurso hubo mucha igualdad. La cuadrilla de Palencia, resultó ganadora, y tras ella, la anfitriona, Cádiz, en segundo lugar, “que no acabó el monolito”.
La disertación del premio, la recuerda García, como un poco convulsa, pero muy gratificante de nuevo, al obtener un reconocido premio consistente, “en 6.000 pesetas, donadas por el Consejo del Colegio de Aparejadores y el Sindicato de la Construcción, mientras que la copa fue donada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid”.
Desde entonces, dos copas, Sevilla y Cádiz, decoran su casa y erizan un recuerdo, que nuestro protagonista, conserva con una memoria orgullosa de su destreza.
