Tras la indigestión de la prisa y sus consecuencias derivadas, seguramente nos sepan mejor las cosas en armonía, junto a nuestros más queridos y con mucha más calma que nuestro habitual concierto.
Básicamente, podríamos afirmar que el silencio es al sonido lo que algo insípido es al sabor. Pero tan solo si conocemos el proceso culinario podremos analizar que se cocina y entender en silencio que esa acción genera diferentes consecuencias e interpretaciones por cada individuo. Así que si lo que vamos a decir no es más sabroso que lo que estamos comiendo no lo vayamos a decir.
Convivimos en una sociedad muy ruidosa, embebida en un continuo caos decibélico mientras nos hemos adaptado a una contaminación acústica continua llena de gritos confundidos a menudo con libertad de expresión y papanatismo que nos presiona y trata de acomplejar haciéndonos creer que no podemos vivir en silencio. Es ese momento el que nos lleva a reflexionar si somos o no capaces de saborear el lujo del silencio.
Habíamos conseguido desterrar el ruido, las prisas y las carreras de los espacios gastronómicos logrando que cada detalle alrededor del guiso pudiera ser apreciado, como la vajilla, cristalería, interiorismo o servicio. Y no, no me alegra expresamente que vuelvan la verborrea, los platos rotos, las paredes desechas o el menosprecio al servicio. ¿o es que nunca se fueron?
En casa siempre escuché que quien come y canta algún sentido le falta; para los más ruidosos, quiere decir que carece de inteligencia quien pretende hacer dos cosas incompatibles a la vez.
El médico Ramón y Cajal apuntó que, de todas las posibles reacciones ante una injuria, la más hábil y económica es el silencio. Una reflexión brillante sin duda, que me lleva de gira a cuestionarme el porqué de esas ruidosas caceroladas en sus blogs desafinados y en sus webs de cabecera al abandonar una casa de comidas. ¿Imaginamos por un momento si decidiéramos hacer el mismo ruido ante funcionarios, políticos, músicos y un largo etc? Sería inteligente saber tirar a tiempo del cable del estruendo y vivir unplugged.
Solamente con ser capaces de saborear una simple comida, sus matices y sabores puede hacernos disfrutar más del presente y alejarnos del bullicio que supone vivir con el disco rayado.
Podría ser que, el silencio que queda entre dos bocados no es el mismo que queda cuando hablamos con la boca llena.
