“Debemos luchar por una sociedad en la que el motor sea la ilusión”. Es una frase que le oí a Rafael Calvo Ortega cuando la Diputación de Segovia le distinguió por su trayectoria con el Premio Especial 2017. A pesar del mensaje, lejos de la ilusión, nuestros políticos actuales parecen estar establecidos en las quimeras revanchistas por la que se desmantela sistemáticamente lo que hizo el gobierno anterior; volvemos a la figura decimonónica de los cesantes, aquellos funcionarios que trabajaban sólo cuando su partido ascendía al poder. Y así nos va. Afrontar un gobierno de estricta superveniencia no parece que sea la mejor receta para que sea apetecible el guiso del que comemos todos, pero cuando lo que manda es el cinismo y la vanidad personal; la inquina de los colores y la crítica descabezada, no se puede esperar mucho más. La salsa política queda aguada e insulsa.
Reconozco que me hubiera gustado un gobierno centrado, trasversal y de concentración; un gobierno que desterrase diferencias para consensuar soluciones en las grandes líneas del país contribuyendo a superar las difíciles coyunturas de España. Tratándose del día después de Reyes, por pedir que no quede ¿Era tan difícil? Por lo visto, si. Y mucho, sobre todo cuando quien gobierna, más que las ideas, son los egos y la obstinada voluntad de llegar al poder con programas adornados de palabrería hueca.
La política actual se atrinchera en el agravio y el menosprecio como gran argumento. Ha dejado de ser política para convertirse en “macarrismo” de callejón y demagogia de mercadillo dirigida a la clase de tropa afín. Sube “lo político” (la pose) amparado en los argumentarios de partido y pierde “la política de altura” (Oramas salvó los muebles). Con argumentos sectarios y precocinados “lo político” brilla en los partidos a cambio de ser gris y previsible a ojos de la ciudadanía. Son las cosas que tiene prodigar el liderazgo dentro de nuestra peligrosa partitocracia, para fomentar el seguidismo y la dependencia del líder. Así la política pierde frescura y se convierte en aguas estancadas de discurso previsible y olor a perpetuidad. Irresoluble mientras siga vigente aquello de Alfonso Guerra: Quien se mueva, no sale en la foto.
Igual que el escritor Carlos Miranda, me imagino el hemiciclo como una comunidad de vecinos, de esas en que habiendo de todo, sólo debe dejarse fuera al vecino moroso y no al cumplidor que piensa distinto. Al moroso y al que quiere abrir nuevos huecos en los muros de carga debilitando la estructura, no le doy ni los buenos días. ¡A ese, caña! En toda comunidad hay vecinos en piso de la derecha, en el segundo izquierda e incluso, en algunos sitios, en el primero centro, y no pasa nada. Con distintas perspectivas, todos son parte del proyecto común. Lo demás es demolición.
Vuelvo a recordar aquel discurso de mi paisano y amigo Rafael Calvo Ortega para decir que, aunque nos inquiete, no debe haber sitio para el pesimismo ni la desmoralización – pero tampoco para la demagogia, añado- porque no se puede salir adelante si no somos una oferta integradora de mayorías. Vamos, lo contrario de lo que hacemos hoy. Y es que las cosas en España no cambian. Sigue vigente lo dicho por Ortega y Gasset: Hoy nos falta la gran política.
