Yo, señora, soy de Segovia; mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo (Dios le tenga en el cielo). Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Así comienza ‘La vida del Buscón’ (o Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños), la novela picaresca escrita por Francisco de Quevedo y publicada por vez primera en 1626.
Casi cuatro siglos después el artista de la multipremiada Blacksad Juanjo Guarnido y el genial guionista Alain Ayroles recuperan la figura del segoviano en ‘El Buscón de las Indias’, publicada por Norma Editorial con gran éxito de público y crítica. Ambos se han atrevido a culminar aquella segunda parte que Quevedo proyectó pero nunca llegó a escribir.
Sin traicionar la fidelidad del modelo original, y sobre la base de una escrupulosa documentación histórica, Ayroles firma un texto que rebosa talento, libertad e imaginación, tanto en la sabrosa recreación del habla del Siglo de Oro como en el desarrollo de la peripecia de Pablos. Un guión que, como exige el protagonista, acaba siendo un intrincado, maravilloso juego de confesiones, embustes, fantasías, simulaciones y giros inesperados para que el lector no pestañee entre página y página.
A su vez, el dibujo de Guarnido conduce por todos los paraísos e infiernos imaginables del Nuevo y del Viejo Mundo: desde la Corte de Madrid a los palenques de los esclavos libertos, de las naves que cruzaban el océano a las nevadas cumbres andinas. Por algo, este dibujante está considerado el español con mayor proyección internacional.
Su capacidad para dibujar escenarios con todo detalle solo tiene parangón con su arte para poblarlos de personajes memorables, los genuinos hijos de aquel tiempo de miseria, temeridad y sueños de grandeza.
‘El Buscón de las Indias’ invita a descubrir la historia desde la óptica de parias y buscavidas. n
