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Julio Montero – Señorío: para señoras y señores

por Redacción
27 de diciembre de 2019
en Opinion, Tribuna
JULIO MONTERO
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La gente que protagonizaba películas antes, incluso los secundarios, eran gentes con señorío. Al menos querían tenerlo. Y los que veíamos aquellos filmes estábamos en las mismas. Nos sentíamos con dignidad, por muy pobres que fuéramos. Y esa dignidad se apoyaba en la discreción, porque nos parecía impropio de personas con sentido común el contar todo lo que sabíamos, de la gente que nos rodeaba, a cualquiera. A la vez, esa discreción era consecuencia de una valoración positiva de la mesura: del tener sentido de la medida. Y eso nos alejaba del ¡y tú más! Y de los ventiladores de basura que son ahora el deporte nacional por excelencia. Y si existía mesura era porque teníamos capacidad de dominio: al menos una cierta capacidad de dominio. Sabíamos contenernos, porque la razón, normalmente, se imponía a las pasiones, que ahora se llaman sospechosamente sentimientos.

Este conjunto de cualidades que intentábamos poner en práctica, aunque no faltaran lamentables excepciones en la vida de cada cual, daban un tono cierto de elegancia vital al manejarse de la gente: tuviera la cultura que tuviera, disfrutara de los muchos o escasos bienes de que dispusiera, proviniera del campo o viviera en la ciudad.

Curiosamente estas cualidades individuales hacían posible una vida social intensa y amable. Con todos los fallos que se quiera la gente alentaba el dominio de sí mismo por pensar en el bien común de la gente próxima. Intentaba dominar su egoísmo fijándose en el horizonte de su vecino.

El señorío lo define el diccionario como el dominio y libertad en el obrar, en el sujetar las pasiones a la razón. Sin señorío no hay gentes libres. El señorío es la soberanía de uno mismo en lo propio y en lo cercano. El que vive atento a lo que pensarán de él sus vecinos, compañeros y amigos para ajustarse a quedar bien, les ha cedido en realidad su soberanía. Sería tan estúpido como ajustar la conducta a los “me gusta” de las redes sociales.

Esa soberanía interior se construye con esfuerzo en nuestro ahora. El principal obstáculo en ese empeño es el confundir el ser con el tener. Lo segundo (el tener) es siempre más fácil que lo primero (el ser) por muy desposeído y desheredado que uno sea. Y nuestra sociedad de consumo sabe establecer los mercados, a los precios adecuados, para que los miserables del tener puedan acumular banalidades y sentirse dueños de muchas nadas.

Quienes optan por querer ser algo, en vez de almacenar cosas, han de asimilar, a base de intentos, con éxitos y fracasos, que tendrán que ejercer su inteligencia, poner su salud, ofrecer sus ambiciones nobles, regalar sus triunfos y éxitos y hasta la honra (ahora que casi nadie sabe exactamente qué es) al servicio de la gente, de su bien. Tendrán que aguantar sus ganas de hacer las cosas solo para que los demás los aplaudan y los admiren.

Lo peor de todo es aguantar a los que se autodenominan “realistas”. Los que piensan que esas cosas son para los libros y de películas antiguas, porque la gente ya no es así. Y es verdad. Pero para que las cosas sean mejor no es necesario que la gente sea tan así de buena y desinteresada: basta con que lo intente seriamente, aunque fracase en su querer muchas veces.

Cuando se parte del “realismo” de que no todos pueden ser buenos; lo que de verdad se grita es que no merece la pena serlo. Y eso es, por una parte, la jungla social que condena a los débiles a pasto de los fuertes; por otra, la estupidez en grado máximo ejercida por unos idiotas que temen que su grandeza choque con los dinteles de los arcos de triunfo que construyen los realities en la tele.

Uno podría pensar que esos señores y señoras con señorío deberían ser políticos. Sería un error: esas cualidades debieran ser las de la mayoría de la gente; porque con muchos así nos daría igual cómo fueran los políticos. Con profesores así, con médicos y personal sanitario así, con jueces y fiscales así, con periodistas así, con funcionarios así (en ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios), con soldados así, con policías así… y con autónomos, informáticos, agricultores, vendedores… no sé si tendríamos más cosas, ni mas vacaciones, ni menos horas de trabajo. Lo que es seguro es que seríamos mas señores de nosotros mismos.

—
(*) Catedrático de Universidad.

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