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MIigueláñez: Aquellas navidades… Estas navidades

por Raquel Moratilla Rey
15 de diciembre de 2019
en Segovia
Luminaria de Nochebuena.

Luminaria de Nochebuena.

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Al acercarse estos días de diciembre no puedo por menos de recordar cómo se vivía la Navidad a mediados de siglo pasado en mi pueblo, Migueláñez.

Poco tienen que ver las celebraciones de hoy en día, con este bombardeo constante de televisión, vallas publicitarias y demás que animan al gasto desaforado, al consumo puro y duro y a la falsa apariencia, con la vivencia de entonces.

Seguro que aquellas abuelas que aquellos años parcheaban sábanas y zurcían calcetines en la solana y que a veces la situación les hacía privarse de lo necesario para complacer a sus nietos con un austero aguinaldo, se llevarían las manos a la cabeza y poco entenderían el derroche, el consumismo excesivo, el individualismo… en suma la forma de vivir hoy estas fechas.

En nuestra sociedad es difícil a veces encontrar el espíritu auténtico de estas fiestas; la importación de costumbres de tierras lejanas han tomado tal arraigo entre nosotros que han desvirtuado en parte el legado que recibimos de nuestros mayores.

Llega octubre y aparecen turrones y polvorones en el súper y poco más que mediado noviembre se encienden alumbrados de ciudades, siempre compitiendo por ver cuál es la primera en iluminar sus calles.

Pues bien, en Migueláñez, allá por los años 50 del pasado siglo, comenzaba el preludio navideño al llegar la fiesta de Todos los Santos. Era a partir de ese día cuando los chavales, muy numerosos entonces, íbamos recogiendo leña y amontonándola en el hueco del desaparecido viejo osario anexo a la fachada de la iglesia. Era una tarea diaria, tarde a tarde al salir de la escuela, pues había que esforzarse para superar la luminaria de la Nochebuena del año anterior.

Con gran alegría recibíamos las vacaciones escolares, y era el último día cuando D. Laureano, el maestro, repartía por gentileza del Ayuntamiento un par de grandes bolsas de estraza colmadas de frutas, nueces, higos , castañas… y hasta una bolsita con mazapanes , peladillas y unos trocitos de turrón, tan escaso como valorado entonces, y que las habían preparado en la bien surtida tienda de Máximo Polvorín. Ese mismo día el alguacil repartía un buen aguinaldo a las viudas necesitadas del lugar; todo un detalle de la Corporación Municipal que encajaba con el espíritu de solidaridad que siempre ha caracterizado a Migueláñez, pero que se hacía más tangible en estas fechas.

Por entonces no existía ni wasap, ni sms, ni nada parecido, y era el cartero el que en su mochila portaba las numerosísimas felicitaciones que entonces se enviaban. El mismo cartero, recuerdo, pasaría su propia felicitación casa a casa, mediante una pequeña y colorida estampa que mostraba un cartero alegre y que en el reverso contenía una poesía graciosa. Entonces era él el único que a través de esas tarjetitas conseguía un bien merecido “aguinaldo”.

La cantinela de los niños de San Ildefonso no favorecía al número, que adquirido por el Ayuntamiento, jugaban los vecinos – y que hoy se sigue jugando-, pero no era obstáculo para que la mañana de Nochebuena la alegría de la chiquillería se desbordara canturreando de casa en casa “… un ramerón para calentar al Niño”. Se recogían cestos, aguaderas viejas, aperos en desuso, restos de bardas…, que unido a lo recolectado semanas anteriores formaba un gran montón en el centro de la plaza.

El vecindario se reunía al anochecer, se prendía la hoguera y los cánticos, los saludos a los familiares llegados en el coche de línea de la Serrana, las zambombas y panderetas animaban los parabienes de todos mientras los chavales liaban algún pitillo de tomillo que escocía la garganta y provocaba lacrimeo, pero que era como el signo de “ser mayor”, y que ese día, por tradición, toleraban los padres.

Los bares de la plaza (Gorrón, Casino y Mariano el Bizcochero) estaban muy concurridos y el mocerío salía rascando la botella de La Castellana y cantando mientras se degustaban los famosos amarguillos del Bizcochero , típicos de esas fechas, para unirse a la alegría de la luminaria bailando en corro alrededor de la misma. Algunas vecinas, como todo se aprovechaba, acudían con el brasero a recoger ascuas que calentarían la cena familiar y que algunos para gastar una broma, en un descuido, metían piedras entre las brasas.

Han pasado los años y esta tradición perdura; ya no son los niños los que recogen leña, pues apenas hay, pero los jóvenes y no tan jóvenes van al pinar a cortar algún pino seco del municipio y ahora no sólo se hace una luminaria, sino tres, la segunda en Nochevieja para tomar las uvas al son del reloj del Ayuntamiento y una tercera para recibir la cabalgata de Reyes y tomar el chocolate y roncón.

Acabada la luminaria ya sí era Navidad y la familia se reunía en torno a la mesa, a la que se invitaba a aquel vecino que estaba solo ; nadie debía sentirse triste y lo que hubiera se compartía ; entonces no había angulas, ni cigalas… pero sí un buen guiso de bacalao, que en aquel tiempo era lo más barato, y de pollo o pavo, este último adquirido al pavero en verano y criado en el corral y antaño a la tía Melchora que con su montón de pavos recorría en verano las tierras recién segadas para alimentar a las gallináceas con las espigas caídas tras la siega para después recorrer algún pueblo a venderlos. No faltaba esa noche el puchero de barro con las castañas cocidas en agua anisado y , a veces, en muchos hogares que no daba la economía se sustituía el dulce típico por el “turrón de pobre”- un higo relleno de castaña y nuez-. Esto que parece tan simple eran los “manjares “ que rompían la rutina diaria del cocido.

En la iglesia se instalaba un belén y al adorar al Niño se entonaban villancicos tradicionales y hasta un antiguo madrigal. Ahora se sigue montando un monumental belén en el que destacan grandes casas, gallineros, cercas de pizarra y aperos de labranza hechos por vecinos que ya no están entre nosotros, pero que su obra les recuerda. El nacimiento, que tiene un marcado carácter local , donde no falta el pinar o los majuelos carentes de hoja en invierno, ha sido galardonado en el concurso provincial varios años y una vez consiguió el primer premio.

En Navidad el cine, tan emblemático de Migueláñez, cuyo salón fue levantado con el esfuerzo de todos, aprovechaba para proyectar las mejores películas del año. Era el cine el gran acto social del pueblo, pues en los descanso se charlaba, se tomaba algo. Todos los chicos soñábamos con que llegara la hora de la sesión y nuestro sitio era en unos bancos no lejos de la pantalla que compartíamos con los del cercano pueblo de Domingo García. Esos días disfrutaríamos de la película degustando algún que otro dulce obtenido en el aguinaldo que con villancicos pedíamos en casa de familiares y vecinos.

Se festejaban entonces los tres días de Pascua y era el 28 el día de las bromas donde destacaban las muy sonadas del tío Severiano el Carretero y más tarde las de Jesusín. Ese día se celebraba con un chocolate nocturno y ya de adolescentes aprovechábamos para al son del tocadiscos hacer un guateque.

Nochevieja, las uvas en la plaza, la fiesta recorriendo bares y rondando en la madrugada heladora a alguna chica, y el 5 de enero la cabalgata, que empezó a celebrarse hacia el año 55, entonces con un tractor decorado con ramas de pino que llevaba a los tres Reyes hacia la iglesia y luego al cine donde repartían juguetes y golosinas a los numerosos pequeños. Hoy se sigue celebrando con más pompa aunque actualmente hay escasamente una media docena de niños, pero siempre a ellos se unen los de las cinco casas rurales del pueblo y los que se acercan de algún municipio cercano. Aquí nadie es forastero.

Pero las navidades acababan y quiero recordar ahora el sabor agridulce del final de vacaciones y ese esperar al coche de línea la mañana del 7 de enero con una caja de cartón con manchas de grasa conteniendo chorizos, bollos… dejando atrás días felices y camino de los maristas , jesuitinas, Normal, seminario… de Segovia para afrontar un largo trimestre lejos de la familia.

El drama de la despoblación ha vaciado el pueblo, pero la ilusión de los que quedan, unido al impulso del Ayuntamiento y de la Asociación Cultural Burra Maritere hace que si bien los habitantes son escasos, el anhelo por conservar las tradiciones de nuestros antepasados es grande. Enhorabuena por ello; es lo poco que nos queda y hemos de conservarlo pues ahí va nuestra identidad.

Que estos días dejemos salir al niño que llevamos dentro, que sepamos, sin huir de lo que nos rodea, ante todo compartir alegrías y solidaridad; gracias a los que hacéis posible la Navidad en tantos pueblos cada vez más vacíos como Migueláñez, y que la luz de la estrella de Belén colme de alegría y paz 2020.

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