Era evidente que Al Qaeda no se iba a quedar de brazos cruzados ante el asesinato de su líder, Osama Bin Laden, por parte de Estados Unidos. Aunque el grupo terrorista tardó algunos días en pronunciarse al respecto, ayer lo hizo y, justamente, en el tono que se esperaba: sus palabras destilaron violencia y deseo de venganza.
La organización, por un lado, confirmó la muerte del cerebro de los atentados del 11-S, de modo que, en realidad, ya no importa tanto que la Casa Blanca haga pública la famosa foto del cadáver. Por otro, amenazó al país norteamericano, todo ello dentro de un comunicado colgado en una página web que utilizan de manera habitual diferentes facciones de corte islamista.
«Afirmamos que la sangre del jeque de los muyahidín Osama Bin Laden es preciosa y valiosa para nosotros y para cualquier musulmán, y por eso no vamos a permitir que sea derramada en vano», sostuvo la nota.
La agrupación terrorista garantizó que «una maldición va a perseguir a los estadounidenses y a sus partidarios dentro y fuera de sus países». «Muy pronto, y gracias a la cooperación de Dios, sus alegrías se van a convertir en tristezas, y su sangre se va a mezclar con sus lágrimas».
El comunicado anunció también que Al Qaeda posee una cinta grabada por el propio Bin Laden apenas una semana antes de su fallecimiento, que será difundida próximamente.
Además, la organización hizo un llamamiento a los musulmanes de Pakistán, donde fue asesinado su líder el pasado lunes por tropas especiales de Estados Unidos, para que se levanten a «limpiar esta vergüenza y su país de los norteamericanos».
El texto incluyó asimismo un espinoso juramento de Bin Laden: «Ni EEUU ni sus residentes van a gozar de la seguridad hasta que disfruten de ella nuestros familiares en Palestina, y los soldados del islam van a seguir planeando y preparándose sin cansancio».
La nota, que se atribuyó la jefatura general de la facción, concluyó con intensas alabanzas hacia el terrorista fallecido.
«Has sido bueno en vida y has muerto como un mártir. Has sido el león del islam y el jeque de la yihad en el mundo».
La réplica de la Casa Blanca a estas amenazas no tardó en llegar, y se remarcó que el Gobierno de la nación se mantiene «extremadamente vigilante» ante las posibles represalias de Al Qaeda por la eliminación de su líder.
El Ejecutivo presidido por Barack Obama hace bien en conservar la máxima atención, porque ya incluso antes del asesinato de Bin Laden, los islamistas radicales estaban trazando un plan para atentar en Estados Unidos con motivo del décimo aniversario del 11-S.
Esta vez, el objetivo habrían sido los trenes, y una de las estrategias barajaba hacer descarrilar varios de ellos. Algunos de los investigadores de la información que se encontró en el complejo donde vivía el terrorista incluso creen que la facción diseñó un ataque similar en febrero de 2010, aunque la idea no se concretó.
En una jornada en la que hubo manifestaciones a favor del líder caído no solo en Pakistán, sino también en otros lugares como Egipto o Indonesia, y en la que Obama aseveró que sepultar el cadáver en el mar fue lo «apropiado», se siguieron filtrando datos interesantes sobre la operación estadounidense.
Por ejemplo, se supo que la CIA tenía un piso franco en Abbottabad, donde se hallaba Bin Laden, para que un pequeño grupo de espías vigilaran de modo exhaustivo los movimientos del terrorista y sus lugartenientes.
También llegó a la opinión pública otra información valiosa, basada en que solo una de las víctimas estaba armada en el momento del asalto.
En cuanto al tiempo que el islamista radical llevaba en la localidad donde falleció, una de sus viudas afirmó que su familia y él vivían allí desde hacía cinco años, lo que pone en evidente duda que los ciudadanos del lugar no conocieran la presencia del líder de Al Qaeda.
Lo que sí está claro es que a Estados Unidos le costó acabar con él: un operativo para matarle se suspendió a última hora en 2007.
