Con la resaca de la exhumación de Franco, la tensión todavía alta en Cataluña y en medio de numerosas incertidumbres con el enfriamiento económico a la cabeza, España afronta una nueva campaña electoral que, para bien o para mal, será la más corta de la democracia.
Y la menos deseada. Porque es evidente el hartazgo ciudadano ante el bloqueo político y la incapacidad de los partidos para pactar que ha llevado a esta repetición electoral.
El último sondeo del CIS colocaba la política y los partidos como el segundo problema para los españoles —detrás del paro—y una encuesta anterior hablaba de la desconfianza, el aburrimiento, la indiferencia y la irritación como los principales sentimientos que despierta la política.
Pero además, las encuestas de intención de voto no despejan ninguna incógnita sobre lo que ocurrirá tras el 10 de noviembre y desde luego no vislumbran ningún pacto claro de Gobierno, con lo que nada garantiza que los acuerdos postelectorales vayan a llegar pronto.
A finales de septiembre, en Nueva York, Pedro Sánchez aseguraba en una conversación informal con los medios que este mes de octubre iba a ser decisivo y podía condicionar mucho el voto por cuestiones como el brexit, la sentencia del procés o la decisión del Supremo sobre la exhumación de Franco.
Suma suficiente
El mes ha pasado y perviven muchas incertidumbres sobre esos asuntos, porque aunque los restos de Franco están ya fuera del Valle de los Caídos, el desenlace del brexit sigue sin resolverse y se mantiene la tensión en Cataluña dos semanas después de la sentencia que ha condenado a los líderes independentistas.
Y es difícil calcular en qué medida han beneficiado a Sánchez todas estas cuestiones, porque los últimos sondeos mantienen sin despegar a los socialistas mientras hablan de subidas para PP y Vox.
No hay, en cualquier caso, ninguna encuesta que augure una suma suficiente en ninguno de los dos bloques, porque la subida de los dos partidos de la derecha se neutraliza por la caída de Cs y un eventual acuerdo progresista —de PSOE, Podemos y Más País si obtiene escaños— tampoco daría mayoría. Al menos sin el apoyo del independentismo.
En las dos últimas semanas, la sentencia del ‘procés’ y la exhumación de Franco han copado la actualidad y han dejado en un segundo plano la precampaña, aunque los líderes no han dejado de hacer actos de partido.
Actos que se intensificaron este fin de semana y ya no pararán hasta el día 8, tras una campaña que por primera vez será solo de ocho días gracias a la reforma de la ley electoral que acortaba en una semana este periodo cuando hay repetición de los comicios.
Movilización
En esta contrarreloj más breve de lo habitual y en este momento de hastío general hacia la política, hay un temor generalizado a que las elecciones del 10 de noviembre estén entre las menos participativas de la democracia. Y por eso hay una palabra que une a todos cuando se dirigen a sus votantes: movilización.
Pero ¿de qué van a hablar unos y otros para pedir al elector que no se quede en casa? Pues en vista de lo que preocupa y ocupa en las últimas semanas, todo parece indicar que la situación en Cataluña y la economía —en clara desaceleración y con el fantasma de una nueva crisis por delante— centrarán buena parte de los mensajes.
Sánchez defenderá su gestión de la crisis en Cataluña presumiendo de coordinación entre las fuerzas y de su rechazo a hablar con Quim Torra mientras no condene claramente la violencia, aunque enfrente tendrá a Pablo Casado y Albert Rivera, pidiendo mano dura con el independentismo y medidas extraordinarias, y a Pablo Iglesias reclamando diálogo e indultos.
Mientras, con la economía en vilo, el panorama internacional inestable y unos presupuestos del anterior ejecutivo del PP prorrogados, Sánchez insistirá en que solo sus políticas harán frente a una eventual crisis de una forma “justa” mientras Casado reiterará que el PP es el único partido que saca al país de las recesiones y prometerá bajadas de impuestos generalizadas, como también hará Rivera.
