En una de sus múltiples corresponsalías que llevaron a Julio Camba a Londres, hablaba el escritor de la lluvia en la ciudad inglesa y de cómo los propios londinenses, acostumbrados a ella, se habían vuelto impermeables. Digamos entonces que los ciclistas también guardan algo de londinense por esa capacidad de mojarse y aparentar que todo es normal, que todo está bien.
Por eso ayer nos alegramos cuando las gotas hicieron su estelar aparición en una etapa que nació para ser pintada y, algo menos, para ser disfrutada. Anticipaba el día una de esas etapas llanas de primera semana del Tour, pero desplazada a Londres con lo que supone la primera semana del Tour: unas largas rectas, un deleite para los que queremos al ciclismo, un abatimiento de somnífero para aquellos que se tambalean en el gusto por el ciclismo épico, el de la montaña y el sudor, a los que aman dudando. Pero el que duda no ama.
A la escapada
En el primer kilómetro de la etapa, Jan Barta (TNF) y Jean Marc Bidau (BSE) se lanzaron a la escapada y el pelotón les dejó hacer. Empieza a ser esto ya un clásico en las etapas largas y llanas del Tour, el permitir a dos intrépidos caballeros su marcha para después aunar esfuerzos en su contra y acabar con la fuga, que sería larga, muy, en este caso. Tan cierto es que es un clásico como que los corredores que se animan a dar minutos de publicidad a sus patrocinadores conocen que todo acabará en un fuego fatuo. Es imposible una lucha de uno contra todos, algo, dicen, como llegar disfrazado de Napoleón a la oficina.
El control desde atrás fue férreo y los dos y solitarios aventureros no llegaron nunca a tener más de 4 minutos y medio que es el tiempo para tomarse un café o para saber que no vas a levantar los brazos en la línea de meta de un Tour de Francia si vas con otro compañero escapado solo. Este era el momento entonces de mirar a los alrededores y ver, por último día en las islas, el vuelco de la gente para con ‘La Grand Bouclé’. Arcenes llenos y ambiente festivo: sin ninguna duda un éxito para la organización y aquellos que quisieron arriesgar sus libras en que esto fuera así que, dicho sea de paso, habrán sido reinvertidas por los millones de personas que se habrán acercado a los arcenes. También tuvimos tiempo para mirar estadísticas curiosas como la colaboración entre los escapados que llegó al 50%, casi un pacto de no agresión.
Las locomotoras se pusieron a la marcha. A falta de 20 kilómetros para meta, el Lotto cogió el rumbo del pelotón a por los dos valientes que ya solo contaban con dos minutos de adelanto sobre el grueso en el que marchaba todos. La lluvia quiso también invitarse a la fiesta cuando apenas quedaban 17 kilómetros para el cierre de la etapa y el adiós a la Gran Bretaña. Las peligrosas gotas, obligaron a abrir los ojos a los líderes como Contador que al final de la etapa dijo no haber sentido miedo pero si una necesidad de buena colocación para no tirar por tierra todo el trabajo hecho por una caída. Menos suerte tuvieron Andy Schleck o Bakelants que besaron el suelo inglés aparentemente sin consecuencias.
Alumno aventajado
A medida que las calles se llenaban de vayas y donde queríamos ver señores con sombrero, el Giant Shimano se fue apoderando de las posiciones de cabeza de pelotón preparando una llegada al alumno más aventajado del grupo que fue Marcel Kittel. El alemán, ganador de la primera etapa, conseguiría el doblete al sprint sin sprintar, con su colocación, con su cuerpo bávaro que impidió en cualquier momento que Peter Sagan, siempre a la zaga, metiera un centímetro de más su bicicleta. Dos de tres y otro triunfo a la buchaca.
El Tour abandona de esta manera su periplo por tierras inglesas y se marcha, agradecido de haberse conocido, a la madre patria francesa en una serpiente multicolor que avanzará durante la tarde -y a buen seguro- durante la noche, por el Canal de la Mancha rumbo al continente europeo con la vista puesta en el pavés de dentro de dos días que supone la primera toma de contacto real con la carrera en la que se podrán marcar las primeras diferencias. Y nos pasará con esta primera semana lo que a Camba en Londres con sus cafés: que seremos capaces de mirarlas estupefactos, sin aburrirnos.
