El Sexenio Revolucionario, espacio de seis años que medió entre el destronamiento de Isabel II y la Restauración de la monarquía borbónica en la persona de su hijo Alfonso XII, constituye, pese a su brevedad, uno de los periodos claves de nuestra historia.
Durante el mismo, se sucedieron el Gobierno provisional (1868-1870), la Regencia del general Serrano (1870), la Monarquía de Amadeo I de Saboya (1870-1873) y finaliza con el Gobierno del General Serrano y la vuelta al trono de Alfonso XII, tras el golpe de estado de 1874.
La Revolución de 1868 se solventa en la batalla del Puente de Alcolea, y de la misma forma que ocurrió en 1809 cuando los criollos independentistas de nuestros territorios continentales americanos aprovecharon la invasión napoleónica para iniciar la guerra de emancipación, ahora fueron los independentistas cubanos los que aprovecharon esta revolución para iniciar el primero de sus tres intentos insurreccionales que les llevarían finalmente a la independencia.
Otro de los acontecimientos claves del sexenio fue la proclamación de Amadeo I como rey, que truncó las ilusiones de la rama carlista para acceder por medios políticos a la corona española, dando lugar al tercero y último de sus intentos para hacerse con ella por medios violentos.
Y por si fuera poco estalló la insurrección cantonal con la subida al poder del segundo de los presidentes de la I República.
Esta convergencia de acontecimientos, entre julio de 1873 y enero de 1874, hizo que sucediera uno de los momentos más trágicos de enfrentamientos civiles de nuestra historia nacional.
El gobierno acosado hubo de luchar, simultáneamente, contra otros españoles disfrazados de independentistas, carlistas o federales. Esos trágicos momentos quedan muy bien reflejados en las palabras de abdicación de Amadeo I de Saboya: “Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador contradictorio clamor de los partidos; entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males”.
En estas circunstancias, la población española acogió la Restauración como un bálsamo y los problemas paulatinamente se fueron solucionando. Lo primero en resolverse fue la insurrección cantonal, cuando en enero de 1874, pocos días después de que las fuerzas del general Pavía, capitán general de Madrid, irrumpieran en las Cortes acabando con la I República.
El 29 de diciembre de 1874, en Sagunto, el general Martínez Campos da término al Sexenio al pronunciarse a favor de Alfonso XII, restableciendo así la monarquía borbónica. Este hecho no supuso la terminación automática de la 3ª Guerra Carlista, ya que aún ha de esperarse hasta finales de febrero de 1876, momento en el que Carlos VII cruzó la frontera con Francia.
Más tarde en resolver la 1ª Guerra de Cuba, que aún hubo de esperar hasta febrero de 1878, para que también el general Martínez Campos la finalizara tras la firma de la Paz de Zanjón.
El agotamiento de la nación dio lugar a un periodo de paz interior en el que la alternancia política entre los conservadores encabezados por Cánovas y los liberales de Sagasta dieron una cierta estabilidad al país.
Sin embargo, ninguna de las causas que provocaron los conflictos que caracterizaron el Sexenio estaba resuelta y todos ellos se cerraron en falso, a la espera de que las circunstancias favorables los reprodujeran en el futuro.
Así, el problema cubano resurgió en la denominada Guerra Chiquita (1878-1879) y sobre todo en el periodo 1895-1898, en el que con la participación en el conflicto de los Estados Unidos, y su ampliación al archipiélago filipino, finalizó con la derrota española, y con ella el fin de nuestro imperio colonial.
En cuanto a los problemas carlista y federal, han ido evolucionando de la mano, y de ser un proyecto nacional, se han transformado con el tiempo en un fenómeno nacionalista independentista.
El final del siglo XIX vio crecer los problemas sociales, junto a ellos el terrorismo, llamado inicialmente, en su versión española pistolerismo, protagonizado fundamentalmente por anarquistas y propietarios.
El siglo XX acabó con la alternancia en el poder y tras otro periodo convulsivo, en el que la sombra del Desastre de 1868 y la Guerra de Marruecos, se produjo el golpe de estado del General Primo de Rivera en 1923, estableciendo una dictadura que pervivirá hasta 1930.
Un nuevo vuelco político trajo en 1931 una nueva II República, pero la radicalidad de la lucha partidista dio lugar a otro intento de golpe de estado encabezado por el general Sanjurjo, en 1932, y a otro hecho de mucha mayor gravedad, protagonizado en 1934 por fuerzas políticas de izquierda: socialistas, comunistas anarquistas, la Revolución de Asturias, y que constituyó un ensayo de lo que más tarde sería la Guerra Civil de 1936-1939.
Esta se prolongó hasta principios de los años cincuenta con un movimiento guerrillero, el maquis. Pero su aniquilamiento no supuso la finalización del problema, pues más tarde surgieron otros movimientos que, adaptándose a los tiempos, adoptaron el terrorismo como forma de actuación y así nacieron grupos como el FRAC o los GRAPO, cuya existencia se ha prolongado hasta los años 80 el primero, e incluso hasta comienzos del siglo XXI el segundo.
El fenómeno nacionalista no ha provocado conflictos armados de masas al estilo de la Guerras Carlistas, pero si ha dado lugar a grupos terroristas como MPAIAC (Movimiento para la Independencia del Archipiélago Canario), Terra Lliure en Cataluña o el más importante y persistente en el tiempo como es ETA en el País Vasco.
Frente a ellos, han aparecido, si bien con una vida breve, movimientos de signo contrario que pretendían combatirlos con sus mismos procedimientos, y así surgieron el Batallón Vasco Español, los Guerrilleros de Cristo Rey o el que más protagonismo adquirió como fueron los GAL.
A la vista de la situación actual cabría preguntarse si es heredera del Sexenio Revolucionario. Las Guerras Carlistas se produjeron en su mayor parte en los territorios vasco, navarro y catalán, durante un periodo de siete años en la I y otros cuatro en la III, con lo que de sufrimiento, destrucción y resentimiento dejan unos conflictos como aquellos en los que violencia y crueldad estuvieron permanentemente presentes.
Esta situación hizo nacer un sentimiento del nosotros y vosotros, reforzados con la difusión de una historia deformada, una lengua propia, e incluso una hipotética raza diferente, que se tradujo en los finales del siglo XIX en un sentimiento nacionalista. Este sentimiento ha cristalizado en partidos político como el PNV, HB, EA, PCTV, Amaiur o Bildu en el País Vasco o en movimientos culturales como la Renaxenza, transformados más tarde en partidos políticos como la Liga Catalana, ERC, CiU o la CUP.
Así hemos llegado a 2019, donde el sentimiento nacionalista está más exacerbado que nunca, exigiendo sin trabas la independencia en determinadas regiones de España. Donde los partidos políticos se enfrentan con dureza y se alían con otros cuyas aspiraciones no son otras que la separación de España. Todo ello exige de todos unos esfuerzos, sacrificios y grandes dosis de generosidad para superar los problemas. ¿Los hechos del pasado explican las desgracias del presente?
